Las elecciones legislativas de 2021 son las que menos expectativas han despertado durante los últimos años tanto dentro de Rusia como en el extranjero. Pese a que el resultado se puede predecir con relativa facilidad, el gobierno afronta desafíos que trascienden más allá de la cita electoral y que tendrán un progresivo desarrollo para el futuro del país durante los próximos años. Al descontento generalizado con la política hay que sumarle las actuaciones de unas autoridades que buscan defender su espacio a toda costa y las tendencias que indican el deseo de la ciudadanía de una mayor atención a los problemas del día a día. A pocos meses del 30º aniversario de la disolución de la Unión Soviética, el sistema comienza a verse superado por la incapacidad de afrontar todos los problemas que se le presentan.

 

 

Las inminentes elecciones en Rusia, que tendrán lugar entre el 17 y 19 de septiembre, constituyen una extraña mezcla entre los dos últimos comicios (2011 y 2016). El sistema electoral sigue siendo mixto, con la mitad de los diputados de la Duma elegidos de las listas de sus partidos y la otra mitad elegidos en distritos electorales de un solo miembro. A diferencia de las polémicas elecciones a la Duma de 2011, las elecciones de 2016 ayudaron a Rusia Unida a obtener la mayoría constitucional necesaria para enmendar la Constitución. En 2016 la lista de Rusia Unida (RU) obtuvo algo más de la mitad de los votos, un resultado bastante bueno y mejor que el de 2011, ya que no necesitó de muchas “ayudas” por parte de las autoridades y no provocó tanta polémica. La participación fue baja, ya que por aquel entonces no había comenzado la nueva fase de protestas y el gobierno todavía lastraba en cierta medida las ganancias mediáticas de los eventos de Crimea, la impopular reforma de las pensiones aún no se había introducido y los efectos de las sanciones internacionales, si bien ya se sentían, estaban anestesiados por la fuerte sensación de asedio internacional del momento. 

Partidos opositores no sistémicos como PARNAS prácticamente han sido olvidados, mientras que formaciones liberales como Yabloko tendrán difícil conseguir un suficiente número de apoyos, aunque con el ya desfasado liderazgo de Yavlinsky es difícil considerarlo un partido que preocupe al Kremlin. Hay nuevos partidos como Nueva Gente (centro-derecha liberal) y Alternativa Verde (ecologistas), además de pequeños viejos conocidos como los Comunistas de Rusia (KP), el Partido de los pensionistas, Rodina o Plataforma Cívica (éstos últimos cuentan con un diputado en la Duma respectivamente), entre otros. Es poco probable que estas formaciones marquen la diferencia, aunque el Partido de los pensionistas o Nueva Gente se hayan propuesto superar el umbral del 5%, cuentan con una agenda de nicho y lo tienen bastante difícil.

De entre las 14 formaciones que han sido registradas en la Comisión Electoral están los cuatro grandes: Rusia Justa – Por la Verdad (SRZP), el Partido Liberal Democrático de Rusia (LDPR), el Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF) y Rusia Unida (RU). A pesar de las diferencias, con variadas magnitudes, estas cuatro formaciones han acaparado gran parte del panorama político en la Duma durante los últimos años. 

En 2016, la dispersión del voto entre los once partidos que no superaron el umbral requerido permitió a RU convertir su resultado bajo el componente proporcional del sistema del 54% en un más que generoso 62%. Aparte de eso, logró una gran ventaja gracias a los distritos electorales uninominales, ganando en casi 9 de cada 10, elevando por tanto su mayoría efectiva al 76%. Es complicado que éste éxito se vuelva a repetir, exceptuando a los distritos electorales uninominales. La popularidad de RU se ha visto afectada debido al empeoramiento de las condiciones de vida causado por la constante pugna política con Occidente y el impacto económico de las sanciones. Si bien también hay que considerar que reformas como la de las pensiones, las investigaciones/denuncias sobre la corrupción del FBK (fundación anticorrupción fundada por Alexei Navalny), Meduza y demás entes opositores han contribuido a erosionar esa popularidad e incluso dañar la legitimidad. Тampoco hay que ignorar la reanudación de acciones represivas contra la oposición no sistémica en general, sean políticos o medios acusados de tener financiación o base en el extranjero también conlleva un coste. Los debates sobre si son acciones necesarias o no todavía dividen a la sociedad, siendo ejemplo de ello el encarcelamiento de Navalny o las acciones contra el FBK. Teniendo en cuenta las características del panorama político-social en Rusia y la gran importancia de la estabilidad personal para la ciudadanía (la inflación o el empobrecimiento son las mayores preocupaciones ahora mismo), es muy probable que si RU pudiese mantener estándares económicos aceptables, como los anteriores a 2014, tendría un margen de maniobra más amplio. Pero no estamos ante ese caso. 

 

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No es necesario realizar excesivos análisis sobre la exactitud o no de las distintas encuestas de opinión en Rusia respecto a las elecciones y su naturaleza para discernir la actual situación. En agosto de 2021 el apoyo de RU rondaba el 30% e incluso el 25%, acudiendo a datos proporcionados por organismos del Estado. La popularidad del partido lleva cayendo de forma contínua por debajo del 45% desde finales de 2019. El gobierno, evidentemente, no tiene motivos para ser especialmente optimista respecto al resultado. Si las elecciones se llevaran a cabo bajo un sistema puramente proporcional, RU tendría dificultades para obtener una mayoría constitucional e incluso una mayoría simple. Es probable que todos los partidos terminen con porcentajes de votos más altos que en las encuestas, la participación será baja y las encuestas no excluyen por completo a los no votantes. Se ha generado algo de «expectación» porque según diversos sondeos, el KRPF está a corta distancia de RU, pero esos datos no tienen mucho sentido más allá de generar algo de nerviosismo entre las autoridades gobernantes. 

Es cierto que el KPRF podrá capitalizar una parte importante del descontento, acercándose al resultado obtenido en 2011 (siempre según propias encuestas del partido). En los anteriores comicios, cuando la política exterior cobró gran importancia, al KPRF le fue mal, pero ahora las grandes preocupaciones son puramente internas: precios altos, pensiones, nivel de vida, Covid (KPRF se opone a la vacunación obligatoria aplicada en algunas regiones y sectores laborales), saben jugar bien a su favor con todos estos temas. Siendo durante casi todos estos años el partido más grande de los que integran la oposición sistémica, el KPRF supo atraer a nuevos votantes que no sienten necesariamente especial interés por la nostalgia soviética que instrumentaliza el partido. Aparte de la antigua base rural que se muestra apática con RU, ahora les va mejor en las grandes urbes y saben levantar interés entre votantes con mentalidad de protesta que simplemente quieren algo de cambio tras dos décadas de dominio de RU. El KPRF, no obstante, sigue siendo el que atrae en mayor medida a la población más envejecida (55 años o más), que representan la mitad de sus votantes y a los menos acomodados. Tanto el KPRF como SRZP han centrado parte de su campaña en la impopular reforma de las pensiones. Ponen el foco en que si logran un buen resultado abolirán ésta reforma y bastantes personas votarán por ellos por esa razón, pero no lograrán los cambios que prometen, al menos con el actual sistema y con la presente jerarquía gobernante en el propio partido. 

A algunos candidatos del KPRF se les ha prohibido participar en las elecciones, siendo ejemplo de ello el empresario Pavel Grudinin (se presentó a las presidenciales de 2018) quien fue excluido por la Comisión Electoral arguyendo éste que tenía activos en el extranjero. No es el primer ejemplo de polémicas actuaciones contra candidatos del KPRF en los recientes años. Otro caso es el de Serguei Levchenko, el «gobernador rojo» de Irkutsk, que enfrentó presiones por parte de las autoridades durante varios años, convirtiéndose el óblast que gobernaba en un punto caliente para la oposición. Situaciones como ésta motivan que a veces se cuestione hasta qué punto podrá el KPRF mantenerse dentro del sistema de formaciones leales. Dentro de los partidos sistémicos es el que más problemas podría ocasionar para Rusia Unida en caso de que optase por una mayor pugna. Dentro del KPRF hay una división entre los sectores con un perfil más combativo y el actual liderazgo leal al sistema. Valery Rashkin, jefe de la sección moscovita del KPRF o el propio Levchenko son ejemplos de figuras que buscan implementar una auténtica lucha política, mientras que personas como Anastasia Udaltsova (esposa del activista Serguei Udaltsov, que antes dirigía protestas con Navalny) representan a los sectores más inmovilistas y fieles a la dirección. 

Es notable destacar también que Rusia Justa-Por la Verdad (SRZP) aparentemente socialdemócrata, ha terminado siendo un partido bastante extraño al cambiar su nombre en enero y fusionarse con Patriotas de Rusia y Por la Verdad, formaciones de perfil conservador. La maniobra alimentó la sospecha de que se trataba de debilitar a los sectores más izquierdistas del partido, sospechas reforzadas tras la retirada de la candidatura de Anna Ochkina en Penza, acusada de tener contactos con la fundación alemana Rosa Luxemburgo.

El LDPR, la opción preferida de algunos jóvenes y nacionalistas, tampoco se ha librado del todo de las polémicas. Siendo éste un partido que no se desmarca mucho de las políticas de RU, hace poco estuvo en el punto de mira por las protestas que se produjeron a partir del verano de 2020 tras la detención de Serguei Furgal (supuestamente involucrado en asesinatos de empresarios a principios de los 2000). Furgal (LDPR) era gobernador de Jabarovsk en el Lejano Oriente Ruso y derrotó al candidato de RU en las elecciones de 2019 porque era la segunda opción con más posibilidades y recibió el voto de sectores generalmente ajenos al sistema o apáticos pero opuestos a RU como parte de la estrategia del “voto inteligente” impulsada por Navalny. La detención fue considerada injusta y políticamente motivada por los manifestantes. 

Para que los partidos de la oposición puedan hacer su trabajo, incluso si votan a favor del gobierno en temas cruciales, necesitan cierto grado de libertad para articular sus propias plataformas. Obviamente su capacidad para lograr difusión entre la ciudadanía no está al mismo nivel que la de Rusia Unida, porque no ejercen el mismo control sobre los medios, pero el proceso político existente todavía depende en cierta medida de la aprobación de la ciudadanía. 

 

 

Rusia Unida seguirá siendo el actor político más importante en términos de apoyo potencial, claro que esto tiene lugar dentro de unas condiciones de campaña electoral definidas por el propio gobierno que beneficia a RU frente al resto de opciones. Pese a ello, no todo se explica a través de la amplia presencia de RU en los medios o la alteración de los resultados. En cuanto al apoyo electoral real, está bastante repartido entre los rangos de edad, aunque proviene en gran medida de ciudadanos de 55 años o más, con perfil acomodado o que consideran satisfactoria su situación actual y temen perderla, ya que los riesgos asociados a la adaptación a las nuevas condiciones se suelen considerar altos en Rusia debido a las experiencias recientes. También es un partido que atrae a un número significativo de mujeres con perfil conservador. Según Levada (considerado agente extranjero en Rusia), un 65% de los partidarios de RU son mujeres, frente al 46% del KPRF o el 42% del LDPR. Otros apoyos provienen de una variedad de grupos como agencias de seguridad, legisladores, burócratas, funcionarios en empresas estatales o incluso aquellos que les apoyan simplemente porque son mayoría en las instituciones. En resumen, votantes de distintos sectores que ven la conexión entre sus intereses personales y económicos con los del gobierno, una situación que se da también en algunos países de la UE. 

Como se vió durante el proceso de aprobación de las reformas constitucionales en verano de 2020, y según las investigaciones estadísticas de Serguei Shpilkin, el gobierno todavía cuenta con apoyos, pero consideraría necesario abultar esa cifra a través de cuestionables medios para transmitir la sensación de que su legitimidad es mucho mayor. La participación en la votación para las enmiendas, por ejemplo, habría sido de un 42-43%, en vez de la cifra oficial de 68%. Es decir, según éstas investigaciones, hubo una participación bastante baja, pero parecida a la vista en elecciones como las del Parlamento Europeo durante los últimos 20 años (exceptuando las de 2019), las últimas legislativas en Lituania o Bulgaria y superior a las de Rumanía a finales de 2020. 

Es poco probable que RU repita el resultado de 2016 en la votación de la lista de partidos, por ello no tiene otra forma de lograr una mayoría significativa en la Duma que obteniendo la victoria en la mayoría de los distritos electorales uninominales. Si RU sale victoriosa en más del 90% de los distritos electorales, como lo fue en 2016, se haría con dos tercios de los escaños, incluso con el 40% de los votos bajo el sistema proporcional. Esto se debe a que no es necesario contar con el apoyo de muchos votantes para ganar una circunscripción. Basta con superar a todos los demás candidatos y, dando por hecho una gran dispersión de votos, es bastante alcanzable. 

Ahora cabe la cuestión de si los votantes con mentalidad de oposición pueden contrarrestar el resultado de RU. En primer lugar, pueden hacerlo si se puede evitar la dispersión de votos en los distritos electorales, lo que puede lograrse votando principalmente a los candidatos de KPRF o LDPR, que tienen más posibilidades de ganar a los candidatos de RU al ser la segunda y tercera fuerza respectivamente. Este es el objetivo de la estrategia del «voto inteligente«, que se puso en práctica hace dos años, promocionada por Alexei Navalny. En resumen, el objetivo es reducir en la medida de lo posible la representación de RU, algo que se logró con relativo éxito en las elecciones legislativas y para gobernador en septiembre de 2019, constituyendo una simbólica victoria para la oposición no sistémica. Si bien ésta no obtuvo puestos a destacar porque la mayor parte de sus candidatos fueron excluidos, se provocó cierto estímulo en el panorama político. La votación inteligente quedará en nada si los votantes dispuestos a acabar con el dominio de RU no acuden a votar. Las recomendaciones de la votación inteligente para éstas elecciones llaman a votar por diversos candidatos con posibilidades de derrotar a los de RU, entre ellos: 137 del KPRF, 48 del SRZP, 20 del LDPR, 10 de Yabloko, 5 de Nueva Gente, 2 de Alternativa Verde, 1 del Partido del Crecimiento, 1 de KP y 1 candidata independiente.

Las fuerzas políticas activas registradas en Rusia superan ligeramente la treintena, pero al mismo tiempo, las caras de RU (Mishustin, Shoigu, Lavrov y compañía) son las que acaparan los primeros puestos en cuanto a personalidades políticas más familiares para los rusos, exceptuando a Putin. En este contexto, en los últimos años ha aumentado el número de rusos que desconfían de las principales instituciones estatales, partidos y políticos. Lo cual es de interés potencial para los actores políticos no sistémicos. El entorno de Navalny y sus asociados ha logrado crear una red de sedes locales en toda Rusia que pueden servir como prototipos de filiales locales del partido. No obstante, el problema de muchos partidos políticos rusos es que existen en gran medida como imagen de una conciencia personificada en un pequeño grupo de líderes o en uno sólo, como es el caso de LDPR con Zhirinovsky. 

La representación de KPRF, LDPR y SRZP está siempre asegurada porque, en primer lugar, cuentan con un fiel núcleo electoral que, a falta de otras opciones, constituye una pequeña «alternativa» al gobierno de RU. En segundo lugar, siempre tendrán su espacio dentro de un sistema que les necesita para funcionar. El dominio de Rusia Unida en la Duma permanecerá indiscutible, existe la pequeña posibilidad de alteraciones si los votantes de la oposición acuden a votar en masa, lo cual es poco probable que suceda. Sectores afines a RU pueden recurrir en algunas regiones al amaño en caso de una alta participación contra el partido del gobierno, pero cuanta más alta sea ésta, más fácil será de detectar alteraciones en los resultados. En regiones con especial corrupción como el Cáucaso Norte, es esperable un resultado abultado favorable a RU, pero en las regiones caracterizadas por grandes conurbaciones, Siberia o el Lejano Oriente ruso, no es tan fácil. Si la masa no acude a votar, no sería necesario inflar el resultado a favor de RU. Durante los últimos meses, la oposición no sistémica y medios extranjeros han puesto el foco en los esfuerzos de las autoridades por impulsar el voto electrónico, denunciando que así se tiene un mayor control sobre los resultados. El gobierno, por su parte, ha denunciado que diferentes organismos extranjeros pretenden interferir en las elecciones rusas, ya sea dando voz o publicitando a la oposición no sistémica, llegándose a publicar también un video de una supuesta reunión con voluntarios de las organizaciones GOLOS y ODIHR, donde se dan instrucciones para realizar provocaciones en centros de votación y así generar imágenes de votantes siendo expulsados de las urnas. 

Vistos los acontecimientos en estados vecinos como Bielorrusia, las autoridades rusas tienen motivos para estar algo preocupadas, la popularidad de Vladimir Putin parece encaminarse a un cuello de botella muy parecido al que coincidió con las protestas de Bolotnaya (2011-2013). 

 

Un 61% aprueba la labor de V.Putin, mientras que un 37% la desaprueba (agosto 2021).

 

Este agosto se cumplió el trigésimo aniversario del fallido golpe de estado del núcleo duro soviético contra la firma del Tratado constitutivo de la Unión. Un golpe que acabó acelerando y violentando todavía más el colapso de la Unión Soviética, dejando paso a la libertad. Una libertad tan extrema que convirtió al país en un lugar asolado por la pobreza, privado de su poderío industrial, aquejado de hambrunas, con nuevos y potenciales conflictos civiles en cada esquina. Sin olvidar que provocó la consolidación de unas élites económicas de las que parece imposible escapar. 

Hoy Rusia se encuentra al final del ciclo iniciado hace treinta años. Es cierto que lo que muchos pensaron que sería una naciente democracia al estilo liberal occidental empezó a degradarse a partir de 1993 y acabó por potenciar un nuevo movimiento conservador que buscó anestesiar los efectos del shock, pero sin acabar de lidiar de forma efectiva con problemas como la desigualdad o la corrupción.

En paralelo a esta situación, la economía creció notablemente durante el siglo XXI y comenzó un proceso de modernización que todavía prosigue a distintas escalas y en diversas áreas. Comparada con la coyuntura que vivió, la Rusia actual es un lugar más cómodo para vivir pese a sus muchas imperfecciones. La principal paradoja del sistema actual radica en el hecho de que pese al deterioro del panorama político, el desarrollo sociocultural se encaminó generalmente en la dirección contraria debido a la mejora de las condiciones económicas, la globalización, etc. Puede sonar banal, pero el dinero otorgó un margen para experimentar y contar con decisiones y posibilidades que antes estaban al alcance de un número más reducido de personas. El “embrutecimiento” generalizado que caracterizó los años 90, hace tiempo que se convirtió en algo residual. Pese a las particularidades inherentes a su identidad, que siempre representan una barrera para el que está cargado de prejuicios, la sociedad rusa se ha ido acercando lenta y paulatinamente a las occidentales.

 

Índice de Desarrollo Humano en la Federación Rusa  1990-2019. Esperanza de vida (azul), educación (gris), renta nacional bruta per cápita (rojo).

 

La etapa temprana del «putinismo» destacó por el crecimiento, pero la etapa tardía del mismo destaca por los altos niveles de inflación y el lastre de la competencia política en la escena internacional y sus consecuencias sobre el mercado, ya sea la prohibición de determinadas importaciones y la necesidad de desarrollar la producción nacional.

Se especula con un reciente miedo entre las autoridades a las propuestas de carácter social y a las políticas monetarias y fiscales que estarían dejando institucional y económicamente atrasada a Rusia respecto a otros competidores. Estas propuestas casarían con algunas de las demandas de la población rusa y constituirían una amenaza a las autoridades y al equilibrio económico del que se sirven para sobrevivir. Esta idea se ve reforzada por los «incentivos económicos» que ha concedido el gobierno a pensionistas o militares durante las semanas previas a las elecciones

La conflictividad que se sufre en diversos aspectos de la vida en Rusia se debe al envejecimiento de un sistema político que ya no puede satisfacer de la misma manera a sectores de la población que comienzan a ver más allá de los marcos fijados hace dos décadas. Ya sea por factores como el agotamiento de los altos cargos o el cambio generacional, entre otros muchos. Se ha alcanzado un tope y hacen falta cambios, las autoridades lo saben, la transición de poder hacia nuevos tecnócratas, en detrimento de los siloviki, puede ser parte de ese cambio, pero no será suficiente si las condiciones económicas empeoran. Putin declaró recientemente que el Estado se quebró dos veces durante el siglo XX, con consecuencias catastróficas y no sólo para Rusia, sino para todo su entorno. Es cierto que nuevos eventos de este tipo serían inasumibles y hay que evitarlos, pero sin perder la noción con la realidad. El camino que tomará Rusia durante el nuevo ciclo es todavía incierto, estamos ante el punto de inflexión. Las incógnitas sobre si Putin se presentará a los comicios presidenciales de 2024 permanecen, aunque tras las enmiendas constitucionales, nada se lo impide. Pese a ésto último, tampoco hay que ceder ante los recurrentes artículos catastrofistas, mientras haya elecciones, hay campañas, incluso aunque sea a través de las redes sociales, una vía que está ganando cada vez más preeminencia en la sociedad rusa.

Las protestas de la oposición no sistémica, encabezadas durante los últimos años por Navalny, aglutinaron desde ciudadanos políticamente apáticos pero descontentos, profesionales liberales o pequeñas formaciones dispares de izquierda revolucionaria que compartían terreno con derechistas libertarios, entre otros muchos. El discurso anticorrupción y contrario a las élites mantuvo en movimiento esa coalición de intereses, pero el encarcelamiento de la figura que servía de icono y las acciones contra las organizaciones que encabezaba, pueden ponerle fin a esa fase de protestas. Esta oposición, a pesar de enfrentarse a las autoridades y contar con una promoción desmedida entre la audiencia de la UE, nunca terminó de desarrollar en qué dirección se estaba dirigiendo su proyecto político más allá de promesas populistas sobre crear una “Rusia del futuro”, libre de todo mal. Pese a todo, las polémicas e investigaciones sobre la corrupción dieron pie a un aumento del interés por la política y el activismo entre algunos jóvenes, pero por ahora están bastante divididos desde la base como para articular una nueva opción política. La generación Z , que engloba a la «generación Putin» o los también conocidos como «niños del milenio», despierta cada vez más interés respecto al papel que jugará en el futuro de Rusia. La liberalización sociocultural a la que se aludió antes no debe provocar necesariamente una mezcla entre grupos demográficos y sociales, aunque sí hay motivos para creer que los jóvenes están más orientados o son más fácilmente seducidos por ella. Los jóvenes constituyen el grupo demográfico con una identidad e intereses más homogéneos, además de ser más susceptibles a los movimientos de emancipación y globalización política. Acorde a la teoría de la modernización, cada nueva generación atraviesa procesos de marcada demanda de autorrealización y libertad, todo ello en contraposición a la autoridad del momento. Esto es aplicable hasta cierto punto en la Rusia actual. Las diferencias entre las generación Z en Rusia y los grupos comprendidos entre los 30-50 años no son del todo tan grandes. Es el sector de 55 años y más el que destaca respecto al resto con un conservadurismo y tradicionalismo más marcado. La juventud se caracteriza sobre todo por su falta de confianza en las instituciones del Estado, su crítica al estado de la economía así como el autoritarismo, no obstante, todavía no se termina de alejar de algunas de las posiciones conservadoras de los grupos de mayor edad en diversos temas sociales como el divorcio o el aborto, entre otros. Esto, en parte, tiene que ver con los esfuerzos del gobierno por mantener o impulsar las particularidades ideológicas que vienen caracterizando a la Rusia postsoviética en contraposición a las ideas que influyen desde el extranjero y que tantos debates provocan. Por ejemplo, en mayo de este año, un 48% de rusos afirmó que les parecería positivo que se erigiese un monumento a Stalin, es casi el doble que hace 11 años y no es una opinión limitada exclusivamente a determinados grupos de edad. Hay bastante equilibrio entre todos en cuanto a la diversidad de opiniones políticas, tanto las posiciones más conservadoras como las más liberales mantienen el pulso, ninguna ha terminado por imponerse frente a la otra. 

 

¿Qué sistema político le parece mejor?

Rojo-soviético, el que teníamos hasta los 90. Naranja-el sistema presente. Azul-democrático, a la imagen de los países occidentales. Negro-otro. Gris-difícil responder. 

 

Una reciente encuesta del Centro Levada indicó que a un 49% de los rusos les parece mejor el sistema soviético antes existente, el mejor resultado en los últimos 25 años. A su vez, el porcentaje de rusos que consideran que el sistema actual es el mejor se ha reducido notablemente frente a los que prefieren el sistema democrático occidental. Éste descenso comienza a estar especialmente marcado a partir de 2011, con las protestas de Bolotnaya, y a pesar de que se recuperó levemente a raíz de los sucesos internacionales en el período 2014-2016, es una una pequeña muestra que da idea de la pérdida de confianza en el actual orden de las cosas.

El aumento de la preferencia por el modelo soviético indica que se echan en falta más políticas de bienestar económico y personal por parte de los grupos de mayor edad que sí vivieron la última etapa de la Unión Soviética aunque también forma parte del sentimiento de añoranza de un pasado idealizado en el caso de los encuestados más jóvenes. Muchos jóvenes adultos que ahora pueden acceder al espectro político no experimentaron la fragmentación soviética y apenas recuerdan la agitación social, política y económica de los 90 tras la que Putin intervino para constituir el actual sistema. Tras tantos años, las instituciones rusas comienzan a mostrar signos de debilidad y a cometer errores

No se debe subestimar la capacidad del pueblo ruso para sorprenderse a sí mismo, las recurrentes predicciones que hablan de un inminente colapso son exageradas, pero la razón de ser del actual sistema como antítesis de la inestabilidad pueden quedar en entredicho si comienza a tropezar en sus propias contradicciones.