Desde la fragmentación de la URSS y la guerra con Transnistria en 1992, la República de Moldavia se ha mantenido en una posición ambivalente entre Este-Oeste, pero diversos factores indican que esta situación podría llegar a su fin. El país vivirá importantes elecciones presidenciales el 1 de noviembre. La habitual tensión política y social ha ido in crescendo desde la última crisis constitucional y la pandemia ha agravado una situación económica ya de por si complicada. ¿Cuál es el origen del conflicto entre Moldavia y Transnistria? ¿Cómo ha evolucionado la situación? ¿Podría producirse un estallido a raíz del resultado electoral?
Contexto histórico
El territorio que ocupó el Principado de Moldavia tiene profundas relaciones históricas y culturales con Rumanía. Fue uno de los principados que junto con Valaquia y Transilvania condicionaron la formación de la identidad nacional rumana. Para obtener una mejor comprensión del contexto histórico de Rumanía y la importancia del territorio moldavo, se recomienda la lectura previa del artículo dedicado a dicho país.
A principios del siglo XIX, mientras el Imperio Ruso y el Imperio Otomano se disputaban el Mar Negro y los Balcanes, la parte oriental del antiguo Principado de Moldavia (que hoy en día constituye gran parte del moderno estado) fue integrada dentro de Rusia bajo el nombre de Gobernación de Besarabia. La parte occidental permaneció bajo control de los Principados del Danubio (antecesor de Rumanía). En 1917, la crisis del Imperio Ruso y la revolución de febrero llevaron a una paulatina independencia de Besarabia. El gobierno de Alexander Kerensky delegó parte del poder a los sectores locales y en diciembre de 1917 se proclamó la República Democrática de Moldavia, con representación de diversos sectores de la sociedad seleccionados tras las elecciones al Sfatul Țării, que funcionó como órgano legislativo. Ésta república se conformó como un sujeto federal de la República Rusa y declaró su autonomía. Al mismo tiempo, la caída de Kerensky, la revolución de octubre y la descomposición del frente de batalla ruso produjeron la llegada de revolucionarios bolcheviques. Las autoridades de la recién constituida República de Moldavia pidieron la intervención de Rumanía. A comienzos de 1918, Moldavia declararía su independencia de lo que quedaba del Imperio Ruso. Hubo disputas con los sectores militares y campesinos favorables a los bolcheviques, pero la intervención de las tropas rumanas acabó con la derrota de éstos y en diciembre de 1918 el consejo del Sfatul Țării votó por la reunificación con Rumanía. Algunas de las medidas sobre la redistribución de la tierra prometidas por el Sfatul Țării no fueron satisfechas por las autoridades rumanas, causando cierto descontento. Cuando retornó a Rumanía, el territorio moldavo estaba aquejado de diversos atrasos con respecto al resto del país, problemas que no fueron solventados durante el caótico periodo político de entreguerras rumano.
Las autoridades soviéticas consideraron la unión ilegal, empleando como justificación que Moldavia había sido ocupada por tropas rumanas y la decisión del consejo moldavo estaba condicionada por ésta. La respuesta soviética fue constituir una efímera (1919-1920) República Socialista Soviética en Besarabia con capital en Odessa y más tarde en Tiraspol. Esta república soviética, que tenía un gobierno en el exilio, no llegó a existir y funcionar como estado, pero formaba parte de los planes soviéticos de recuperar Besarabia. En 1924 se constituyó la República Socialista Soviética Autónoma de Moldavia, integrada dentro de la RSS de Ucrania y que ocupó gran parte del territorio conocido hoy como Transnistria. La región serviría como punta de lanza, si bien estaba poblada por rumanos y moldavos, fue rápidamente industrializada y poblada con obreros rusos y ucranianos.
Tras los tratados que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial, la reunión de Moldavia y Transilvania con el resto del estado rumano llevó a la formación de la “Gran Rumanía”. El Tratado de Paris de 1920 (Rumanía, Francia, Reino Unido, Italia Japón) buscó el reconocimiento oficial de la soberanía rumana sobre la región de Besarabia, pero Japón no llegó a ratificar el tratado a pesar de firmarlo y éste no entró en vigor.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Besarabia fue anexionada por la URSS con la aquiescencia del Eje, que obviamente hizo poco por mantener la integridad territorial de su futuro aliado rumano y muchos alemanes étnicos de la zona fueron transferidos a la Alemania Nazi. Las actuales fronteras del estado moldavo son fruto de una habilidosa modificación que tuvo lugar durante la etapa soviética, convirtiendo a Moldavia en un “lisiado” en términos de política exterior independiente y, en parte, pensando evitar que el territorio fuese disputado por Rumanía, a través del establecimiento de un “tapón” geopolítico. Con el establecimiento de la República Socialista de Moldavia en 1940, el norte de Besarabia y Bukovina fueron transferidos a la República Socialista Soviética de Ucrania, constituyendo el óblast de Chernivtsi. Por su parte, la región costera del sur de Besarabia, Budjak, históricamente parte de Moldavia, también fue transferida a la RSS de Ucrania. Esto convirtió a Moldavia en uno de los pocos estados del mundo sin litoral y acabó con su acceso a los ricos puertos comerciales del Mar Negro. Este proceso no sólo afecto a la población moldava, sino también a un gran número rumanos, búlgaros y gagaúzos que pueblan las zonas transferidas. A cambio de las modificaciones territoriales, Moldavia recibió una gran parte de Transnistria (la ya mencionada República Socialista Soviética Autónoma de Moldavia), pero más que regalo, fue una condena, ya que ésta, como se ha explicado, fue poblada por una mayoría étnica ruso-ucraniana. Así se constituyó la República Socialista Soviética de Moldavia en 1940. La invasión de la Unión Soviética por parte del Eje y sus aliados restableció el temporal control rumano sobre la zona en 1941 e incluso llevó a la creación de una Gobernación Transnistria, separada del resto de Moldavia y considerada como una “compensación” territorial por parte del Eje a Rumanía, ya que ésta había cedido una importante parte de Transilvania a Hungría. Transnistria fue empleada como zona de exterminio para la población judía o romaní de Rumanía y parte de Ucrania, así como para los partisanos que se oponían al dominio del Eje. Los soviéticos recuperaron el territorio en 1944 y se llevó a cabo otra política de deportaciones contra sectores considerados hostiles y colaboracionistas. El gobierno central invirtió esfuerzos en poblar ésta república soviética con rusos, bielorrusos y ucranianos étnicos y en impulsar el desarrollo económico. La capital moldava, Chisináu, constituyó el núcleo del que surgiría el movimiento nacionalista que reafirmaría la independencia.
Con el debilitamiento del poder soviético y la glasnost y perestroika, comenzó la fragmentación. En Moldavia se formó el Movimiento Democrático (Frente Popular de Moldavia), que más tarde sucumbiría entre las luchas por el poder, pero que llevaría a los moldavos por el camino de la independencia. La población transnistria, principalmente ruso-ucraniana, se oponía al nacionalismo moldavo, las políticas encaminadas a reafirmar la cultura e identidad moldava, el uso del alfabeto latino en vez del cirílico, la supresión del idioma ruso y la unión con Rumanía. En 1989, los moldavos representaban un 39,3% de la población de Trasnistria, mientras que los ucranianos un 28,3% y los rusos un 25,5%.
Cabe destacar que parte del movimiento de independencia moldavo se veía también motivado por el hecho de que el Partido Comunista de dicha república estuviese dirigido en gran medida por rusos o ucranianos en lugar de nativos moldavos, siendo políticos como Semion Grossu o Petru Lucinschi una excepción. Las disputas entre la población eslava y los moldavos se llevaban gestando varios años, la perspectiva de lo que sucedía entre otras repúblicas soviéticas no ayudaba precisamente y fueron incapaces de ponerse de acuerdo. En agosto de 1989 ya se había constituido en Trasnistria el Consejo Colectivo de Trabajadores Unidos (OSTK, siglas en ruso), que controlaba la industria moldava, la mayor parte de la cual se situaba en el territorio de la futura república transnistria. El OSTK convocó diversas huelgas en el sector industrial con bastante éxito.
Tras las elecciones de febrero-marzo 1990, quedó aún más claro que Moldavia se iba a independizar de la URSS, pero también que el OSTK era fuerte en Transnistria. En septiembre de 1990 se proclamó oficialmente la República Socialista Soviética Moldava de Pridnestrovia, con capital en Tiraspol. Los miembros del OSTK esperaban continuar siendo parte de la URSS una vez habían declarado la independencia de Moldavia, pero esto no llegaría a suceder. El intento de golpe de estado por parte del núcleo duro del KPSS en Moscú, en agosto de 1991, sentenció a la URSS a la definitiva desaparición. Esto conllevó también la formalización de la independencia moldava el 27 de agosto de 1991. Transnistria declararía su independencia de la URSS el 25 de agosto de 1991. Lo irónico de ésta situación es que las autoridades moldavas justificaron la declaración de independencia afirmando que la creación de la República Socialista Soviética de Moldavia se hizo a través de la ilegalidad surgida del pacto Molotov-Ribbentrop por el que el Eje permitió, entre otras cosas, que la URSS se anexionase el territorio moldavo. Las autoridades de Transnistria, a su vez, usaron de forma inteligente este pretexto para más tarde justificar su independencia alegando que la unión del territorio transnistrio con Moldavia en 1940 estaba rota y que por tanto no tenían razones para seguir formando parte de dicho estado.
Si bien el control del OSTK sobre Transnistria no era absoluto, se hicieron paulatinamente con el poder tras desplazar a los leales a Moldavia, fuesen funcionarios públicos o figuras civiles, a través de diversas tácticas. Algunas de las personas que se hicieron con el poder fueron Igor Smirnov, director de la fábrica Electromash, jefe del soviet de Tiraspol y Presidente de Transnistria desde 1991 a 2011, pero también otros como Viktor Diukarev, Andrei Maniolov o Grigore Mărăcuţă, entre otros muchos.
Cabe destacar también el papel de la minoría de los gagaúzos, que hablan una lengua túrquica y practican el cristianismo ortodoxo. Este pueblo, según diversas teorías, se constituye a partir de búlgaros, otras poblaciones balcánicas y pueblos de la estepa o incluso también a partir de invasores de los turcos selyúcidas. Si bien esto es, como siempre, motivo de intensos debates. No obstante, su vinculación con el territorio es innegable. Los gagaúzos pueblan partes del sureste de Moldavia y Budjak (dentro de Ucrania). Los gagaúzos apoyaron al poder soviético y tras el fallido golpe de agosto de 1991 se declararon independientes. Moldavia les otorgó un estatus de autonomía y regulaciones legales para su cultura y lengua. Hoy en día constituyen un territorio autónomo dentro de Moldavia, una solución más pacífica que no se logró con Transnistria.
En su intento por librarse definitivamente del control moldavo, Transnistria comenzó a armarse y organizarse. Ambos bandos habían heredado material soviético y Rumanía, obviamente, apoyó a Moldavia. Mientras, Transnistria contó con el apoyo de restos del 14º Ejercito de la Guardia Soviético, un remanente de tropas soviéticas que estaban en Trasnistria desde mediados de los cincuenta y que obviamente tenía acceso a más material que el bando moldavo. Rusia permaneció neutral en el conflicto (si bien hubo muestras públicas de simpatía por parte de diversos políticos), pero muchos integrantes del ejército mencionado se pasaron directamente al bando trasnistrio, incluido el general Yakovlev que en teoría debería dirigirlo y mantenerse neutral, lo cual causó su relevo. Estas acciones son, en parte, comprensibles, ya que muchos de los integrantes de éste ejército procedían de Moldavia o Transnistria. Cosacos del Don, Kuban o incluso nacionalistas ucranianos también acudieron en apoyo de los transnistrios.
Guerra y negociaciones frustradas
Hubo pequeñas escaramuzas, represalias e intentos por ganar terreno a partir de verano de 1990. Moldavia se mostraba reticente a recuperar el control sobre el territorio trasnistrio en una guerra abierta debido a que sabían que eran la parte militarmente débil. A pesar de esto, los representantes políticos poco pudieron hacer y las acciones independientes por parte de los grupos armados fueron habituales. Oficialmente, la guerra estalló en marzo de 1992, los combates tuvieron lugar a lo largo de la ribera del Dniéster, que separa a Moldavia de Transnistria. El conflicto terminó siendo una guerra de posiciones, pero también hubo combates urbanos en la ciudad de Bender. La asistencia del 14º Ejército fue finalmente decisiva y se decretó un alto el fuego el 21 de julio de 1992. El conflicto se saldó con varios miles de muertos y cerca de cien mil desplazados. Se creó una Comisión de Control compuesta por rusos, trasnistrios y moldavos tras un acuerdo entre Boris Yeltsin y Mircea Snegur. Trasnistria consiguió mantener el control de la mayor parte de la región así como la orilla oeste de la localidad de Bender.
Desde entonces hubo múltiples intentos, en 1997 (Memorándum Primakov) y 1999 con mediación de la OSCE y Ucrania, por llegar a una normalización de la situación. Tanto las posiciones de la parte trasnistria, que no se quiere ver integrada dentro de Moldavia, como las de la parte moldava, que no quiere dar a la región ningún estatus, dificultan el entendimiento. Sí se pudo acordar la retirada de una parte de los efectivos y material militar de Trasnistria, pero no se ha llegado a cumplir del todo, habiendo hoy cerca de 400 fuerzas de pacificación y unas 1500-2000 tropas regulares. El 14º Ejército se disolvió en 1995 y se formó el Grupo Operacional Ruso de Transnistria (OGRF), integrado dentro del Distrito Militar Occidental de las FF.AA rusas.
En 2001, el Partido Comunista Moldavo (PCRM) se alzó con la victoria en las elecciones legislativas y presidenciales con un margen considerable y desplazó a las demás fuerzas. Las negociaciones tampoco avanzaron mucho bajo este gobierno. Es más, la entrada de Moldavia en la Organización Mundial de Comercio alteró la regulación sobre los permisos en aduanas y Moldavia pudo ejercer un bloqueo económico que devastó las exportaciones de Transnistria. En 2002, Rusia, Ucrania y la OSCE propusieron la formación de una federación, pero las negociaciones acabaron en nada.
En 2003 se estuvo muy cerca de lograr avances en los acuerdos. El presidente moldavo, Vladimir Voronin, invitó a las autoridades transnistrias a participar en el borrador de una nueva constitución para Moldavia. La comisión encargada de esta tarea sería presidida conjuntamente por Chisináu y Tiraspol, con el apoyo de Rusia, Ucrania, la OSCE y el Consejo Europeo. Tras dos meses de negociaciones relativamente exitosas para redactar la constitución, Voronin planeó un referéndum sobre la misma para febrero de 2004. Mientras, la UE y EE.UU decidieron incluir a líderes transnistrios en listas de sanciones, Transnistria respondió declarando a líderes moldavos como persona non grata. Esto arruinó en gran medida las negociaciones de la comisión constitucional. Las dos partes se fueron distanciando cada vez más. El Memorándum Kozak de 2003, impulsado por el primer ministro ruso Dmitri Kozak, propuso de nuevo la creación de un estado federal asimétrico en Moldavia, con Trasnistria y Gagauzia como “sujetos de la federación Moldava”. El gobierno central moldavo sería responsable de las competencias de las dos regiones así como de sus respectivos gobiernos. La respuesta de Voronin fue negativa, consideró que había demasiadas contradicciones con las leyes moldavas que dificultarían el funcionamiento del estado. Si bien era cierto que Trasnistria habría tenido bastante poder para bloquear muchas decisiones políticas, la decisión moldava estuvo también motivada por la negativa a tratar con Trasnistria como un igual y las presiones de los actores externos para integrar a Moldavia en las esferas occidentales. La declaración conjunta sobre el memorándum nunca se llegó a producir y por ello se enquistó la definitiva retirada de las tropas y material ruso. Aparte de las diversas críticas de la presencia rusa por parte de EE.UU y la UE durante todos estos años, también hay una resolución de la Asamblea General de la ONU que llama a Rusia a retirar el OGRF.
En 2005, Moldavia impulsó el plan de “Las 3 D”: desmilitarización, descriminalización y democratización. Según este plan, la situación en Transnistria se podía solucionar únicamente tras la retirada de las tropas rusas y se reafirmó que Moldavia es un estado unitario. En 2009, el entonces presidente ruso, Dmitri Medvedev, se reunió con sus homólogos moldavo y trasnistrio. Se firmó una declaración para transformar la presencia rusa en la región como una misión bajo auspicio de la OSCE. Estas tropas permanecerían en la región hasta que se llegase a un acuerdo de carácter político que diese fin al conflicto. En 2011 comenzaron las reuniones del llamado “5+2”, que incluyen a Transnistria, Moldavia, Rusia, Ucrania, la OSCE además de a EE.UU y la UE como observadores. En 2016 se acordó un tímido paquete de medidas en Berlín. Se incrementarían y mejorarían las relaciones entre las dos partes enfrentadas, habría cooperación en el ámbito de la agricultura, la educación y algunos trámites administrativos, ya que algunos transnistrios tienen también pasaporte moldavo.
Evolución político-económica en Transnistria y Moldavia
Una vez obtenida la independencia y ganada la guerra, la recién constituida República de Pridnestrovia tenía poco que celebrar, ya que se encontró bloqueada. La URSS se había desintegrado y ningún miembro de la ONU reconoció su independencia. Su territorio ocupa la orilla este del Dniéster y se haya dividido en cinco raiones además de un municipio y capital, Tiraspol. También tiene el control de facto sobre la ciudad de Bender. En total, Transnistria tiene una superficie de 4160 km2, un tamaño ligeramente superior al de Osetia del Sur.
Transnistria se convirtió, sobre el papel, en un estado con sistema presidencialista con múltiples partidos. A pesar de esto y si bien conserva la simbología y nostalgia soviéticas, tiene poco que ver con un país comunista o con una democracia plena. Los antiguos miembros del OSTK como Igor Smirnov continuaron moviendo los hilos y se convirtieron en oligarcas, aprovechando que gran parte de la producción industrial moldava quedó en territorio transnistrio y privatizándola. Smirnov fue presidente entre 1991 y 2011 por el partido República, hasta que la formación Renovación (originalmente fundada como ONG) le “arrebató” paulatinamente el poder en las elecciones legislativas de 2005-2010 y en las presidenciales de 2011. Renovación, que aboga por un mayor aperturismo económico, liberalización y diálogo con Moldavia (sin comprometer la existencia de Trasnistria) ha dominado el parlamento con mayoría mientras que políticos como Yevgueni Shevchuk y Vadim Krasnoselsky han ocupado la presidencia. Si bien estos dos últimos presidentes forman parte de un intento de dar una imagen más jovial y tecnocrática, siguen estando asociados al conglomerado empresarial de antaño. Renovación consiguió impulsar a duras penas una reforma constitucional que instituyó un sistema semipresidencialista con tres centros de poder: parlamento, gobierno y presidente, reduciendo en cierta medida el cargo presidencial que había reforzado Igor Smirnov en un principio. En 2006, Transnistria organizó un referéndum sobre una futura integración en Rusia, con un 96% de votos a favor. El referéndum fue denunciado por Moldavia además de por la OSCE. En 2014, tras el referéndum ruso en Crimea, el parlamento transnistrio pidió (sin éxito) a la ONU el reconocimiento del referéndum realizado en 2006.
Como es lógico, la independencia de Transnistria ha dado lugar a fuertes intereses económicos, además de políticos, no sólo a ambos lados del Dniéster, sino también en sectores de Ucrania y Rusia, que tienen especial preferencia por la preservación del statu quo. Estos intereses son muy personalistas en el caso transnistrio. La planta de acero de Ribnitsa representa cerca de la mitad de las exportaciones (legales) de la región. Otras compañías son Tirotex, Moldova Steel Works (parte de la rusa Metalloinvest), una planta de cemento y la central eléctrica Kuchurgan, operada por Moldovskaya GRES, subsidiaria de la sociedad rusa Inter RAO. La corporación Sheriff, fundada por Viktor Gushan e Ilya Kazmaly en 1993, agrupa a la mayoría de los pequeños y medianos negocios privados transnistrios, exitoso equipo de fútbol incluido, y está relacionada con la formación política Renovación. Sheriff y los negocios de Smirnov se pueden considerar como los únicos actores económico-políticos de gran relevancia e impacto y que en teoría se han “disputado” el poder los últimos años, aunque en realidad exista un pacto tácito de coexistencia, ya que saben que su situación es precaria.
La crisis económica de 2008 afectó en buena medida a la pequeña industria y el sector agrícola, pero el sector servicios vivió una expansión gracias al conglomerado Sheriff. A diferencia de Moldavia, Transnistria no tiene acceso a los mercados internacionales de capital y no recibe las mismas ayudas económicas que Moldavia recibe de, por ejemplo, la UE. Rusia puede apoyar a la región, pero su margen de actuación no es muy amplio y se ve afectado por las aventuras rusas en otras zonas, que durante los últimos años han requerido mayor atención y recursos. Rusia ha apoyado económicamente al territorio a través del suministro de energía, la ayuda con las pensiones, los salarios y también con la participación como copropietaria en algunas de las empresas. También ha sido el principal destino de las exportaciones transnistrias durante más de dos décadas. No obstante, la UE se ha convertido en un destino lucrativo, sobre todo gracias a la eliminación de algunas tarifas aduaneras a partir de la firma del Acuerdo de Asociación de Moldavia con la UE en 2014. Entre 2016 y 2019 los principales destinos de las exportaciones transnistrias han sido Moldavia (30%), Rumanía (25,4%), Ucrania (23,4%), Rusia (16,1%) e Italia (9%). Rusia, no obstante, sigue siendo el país del que proceden la mayor parte de las importaciones (48%), seguido por Ucrania (12%), Moldavia (8%) y Rumanía (7%). La balanza comercial transnistria es negativa. Si bien, según datos oficiales, las exportaciones han aumentado en un 68% desde 2001, las importaciones lo han hecho en más de un 117% y esto se debe principalmente a la dependencia de la energía rusa, que representó casi un 43% de las compras en 2019. Los productos que más exporta el territorio son: metales y productos derivados, combustible y otros productos energéticos (reventa de lo sobrante que reciben de Rusia), alimentos, minerales, maquinaria y textiles.
Como es evidente, lo económico y el político son temas aparte en la disputa entre Chisináu y Tiraspol. Los dirigentes rusos no se oponen a los acuerdos comerciales de Transnistria con Occidente, ya que al fin y al cabo saben que los trasnistrios están adheridos a los intereses políticos de Rusia para mantener su independencia, no les queda otra. Una parte difícil de cuantificar de la economía transnistria durante sus primeros años fue el crimen organizado y la existencia de compañías de dudoso origen. Tanto Moldavia como Transnistria son altamente susceptibles a la corrupción y la debilidad estructural. La debilidad del sistema judicial y la pobreza son caldo de cultivo para que las organizaciones mafiosas usen el territorio como base de operaciones o zona de paso. En el caso transnistrio, se les acusa de tráfico de personas,vehículos, drogas, tabaco o alcohol. El tráfico de armas y material peligroso hacia diversos conflictos es también un tema a destacar, sobre todo si se tiene en cuenta el ya mencionado detalle de que el depósito del ya extinto 14º Ejército se encuentra en la aldea de Kolbasna, a apenas 20 kilómetros de la frontera con Moldavia. La magnitud de estos negocios ilegales nunca se ha podido determinar con exactitud y es motivo de debates, la falta de aperturismo y transparencia de las autoridades trasnistrias durante años ha favorecido una opinión negativa y en ocasiones exagerada. En 2005, el jefe de la misión de la OSCE, Claus Neukirch, afirmó que: “generalmente se habla sobre la venta de armamento en la región, pero no hay evidencias convincentes.”
El carismático Teniente General ruso, Alexander Lebed, que sustituyó a Yakovlev al mando del 14º Ejército durante el conflicto de 1992, ya expresó su preocupación sobre el depósito de armas en diversas ocasiones y en una entrevista meses antes de su muerte en 2002. Lebed consideró positivo el rol de 14º Ejército durante el conflicto y apoyó la idea de que la presencia rusa en la región era necesaria para mantener la paz. No obstante, también sabía que Transnistria acabaría por estallar tarde o temprano y se enemistó con las autoridades locales al afirmar que estaba: “harto de dar seguridad a una panda de ladrones y matones” (en alusión a Igor Smirnov y los dirigentes transnistrios). Es más que probable que los negocios ilegales, sobre todo los relativos a las armas de gran calibre, estuviesen a la orden del día en Transnistria durante los 90 y principios de los 2000 y que dichas armas acabasen en alguno de los conflictos del Cáucaso o en el conflicto yugoslavo, entre otros. Eran prácticas muy extendidas en la Europa postsocialista y los países de la antigua URSS, en algunos casos no han desaparecido del todo.
Como es ya sabido, los países postsocialistas de Europa Oriental se caracterizaron por la agresiva implementación del neoliberalismo y la economía de mercado, que causaron estragos en los 90. La falta de capacidad de los líderes y la masiva privatización de las pequeñas y medianas empresas así como del sector agrícola, clave para la economía, fueron un desastre. Moldavia acumuló una deuda con el FMI y el Banco Mundial, el PIB se redujo de forma abismal entre 1990 y 1995 en un 60% y la inflación fue enorme. Parte de su mal desempeño económico estuvo ligado al shock en Rusia, su mayor socio comercial por aquel entonces. Moldavia también sufrió a causa de la crisis rusa de 1998.
En el plano político, Moldavia vivió una serie de cambios con la llegada al poder del partido agrario en 1994, que redujo en parte la presión sobre Trasnistria y Gagauzia. A finales de la década de los 90 y principios del nuevo siglo, el partido comunista PCRM se alzó paulatinamente con la victoria en las elecciones parlamentarias debido a la fragmentación de las formaciones liberales. En el 2000 se llevó a cabo un revisión constitucional que alteró la manera en la que se elegía al presidente, sustituyendo el sufragio directo por el indirecto
El ya mencionado presidente moldavo, Vladimir Voronin, empezó como figura favorable a Rusia, pero a raíz del fracaso en los acuerdos relativos a Transnistria, inició un giro hacia Occidente. Durante los primeros 15 años desde que se independizase, Moldavia se caracterizó por ser un país donde Occidente tenía suficiente influencia para hacer de palanca, pero con el que tenía poca vinculación. Moldavia se integró en la Política Europea de Vecindad, formando parte de la Asociación Oriental junto con Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Azerbaiyán y Georgia. El PCRM conservaba ciertas dosis de izquierda (al menos sobre el papel) y su retórica giraba principalmente en torno al moldovanismo (promoción de la identidad y cultura moldavas como independientes de Rumanía), aunque no era en absoluto una formación netamente comunista.
No fue hasta las elecciones parlamentarias de 2009 cuando los distintos partidos de corte liberal europeísta (PLDM, PDM y PL) se unieron para disputarle el poder al PCRM y Occidente pudo aumentar su capacidad de vinculación. En abril de 2009, el PCRM recibió cerca del 50% de los votos, pero la oposición en el parlamento se negó a elegir a los candidatos propuestos para presidente. Hubo protestas contra el dominio electoral de los comunistas por parte de grupos favorables a la UE y la unificación con Rumanía, quienes afirmaban que el amaño electoral era la causa de la victoria del PCRM. Se autorizó un recuento que fue boicoteado por los partidos de la oposición. La Comisión Electoral anunció que no hubo irregularidades y la OSCE dejo constancia en su informe de que las elecciones contaban con la suficiente base para ser democráticas y que el recuento fue positivo a pesar de diversas deficiencias en el procedimiento.
Esto no evitó las protestas, hubo más de un centenar de heridos y varios muertos. Fueron de las primeras protestas antigubernamentales que se coordinaron en gran medida a través de redes sociales (en este caso a través de Twitter). El parlamento fue asaltado al grito de proclamas favorables a Rumanía, la integración europea y contra un supuesto comunismo que brilla por su ausencia. Las autoridades moldavas pusieron el foco en Rumanía, país al que acusaron de alentar y organizar las protestas.
Finalmente, al no haberse podido designar un presidente, se repitieron las elecciones en julio. A pesar de que el PCRM recibió casi un 45% de los votos, el pacto de la coalición (PLDM, PDM, PL) les relegó a la oposición. Moldavia entró en un periodo de grave crisis política, pero eso no evitó que se uniese a la Comunidad Energética en 2010. Desde entonces, la UE ha proporcionado numerosas ayudas económicas a Moldavia, aparte de los préstamos que el país recibió del FMI y el Banco Mundial. Rumanía incrementó su asistencia económica y eso favoreció que Moldavia concluyese un Acuerdo de Asociación con la UE y otro sobre libre comercio en 2014.
Los comunistas y liberales se disputaron el poder y los boicots fueron algo habitual, fue prácticamente imposible que el legislativo designase a un presidente y la reforma constitucional de 2010, que planeaba solucionar este problema, fracasó de forma estrepitosa, con únicamente un 30% de participación. Se convocaron nuevas elecciones parlamentarias en noviembre de 2010 y el PCRM fue de nuevo el más votado, aunque perdiendo bastantes votos. La coalición de los tres partidos liberales volvió a formar gobierno y de nuevo hubo diversos debates y riñas por el puesto presidencial. El Partido Socialista moldavo (PSRM), que hasta entonces había recibido pocos votos o había apoyado al PCRM, formó su propio grupo a finales de 2011, encabezado por Igor Dodon. Finalmente, el 16 de marzo de 2012, el parlamento moldavo eligió a un presidente tras 917 días de pugna política y gracias a que 3 diputados del PCRM se pasaron al PSRM y votaron a favor de la investidura de Nicolae Timofti. Los problemas tampoco acabaron, monumentales casos de corrupción salpicaron al oligarca Ilhan Shor así como a Vladimir Plahotniuc y al gobierno del PDM.
El PSRM de Igor Dodon terminó por desplazar al PCRM, el cual prácticamente ha desaparecido. A diferencia de éste último, el PSRM tiene una posición mucho más conciliadora con Rusia, la cual no oculta, y también se opone a la integración de Moldavia en las esferas occidentales de poder así como a la reunificación con Rumanía. Se caracterizan por cierta dosis de conservadurismo social y la renovación de la identidad nacional moldava en contraposición a la asimilación rumana y los “modelos culturales occidentales alejados de los valores tradicionales que degradan el espíritu”. Su objetivo es “construir una sociedad socialista democrática” y son críticos con el “capitalismo petrolero-arcaico” implementado hasta ahora, que ha llevado a Moldavia al “abismo” y la ha convertido en una “colonia”. Propugnan el desarrollo industrial y científico, la mejora de la educación y la sanidad, pero al igual que sucedió con el PCRM, no se les puede considerar dispuestos a instaurar un sistema comunista.
El PSRM fue el partido más votado en las elecciones parlamentarias de 2014. En 2016 tuvo lugar una decisión polémica, la Corte Constitucional declaró la revisión del 2000 que instituyó el sufragio indirecto para designar al presidente, como inconstitucional y por ende la revirtió. Ese mismo año se celebraron elecciones presidenciales, en las que Igor Dodon se alzó con la victoria en segunda vuelta con un 52% de los votos. El PSRM aprovechó los casos de corrupción de sus rivales y las dificultades económicas para presentarse como alternativa viable, aunque victoria también estuvo marcada por denuncias de irregularidades en el censo.
Durante los últimos meses, los diversos problemas económicos y demográficos que enfrenta Moldavia desde finales de los 90 se han agudizado de nuevo a raíz de la pandemia y de que el poder ejecutivo se haya enfrentado con una oposición que cuenta con la simpatía de las élites rumanas. La crisis constitucional del verano de 2019, que siguió a las elecciones legislativas, pasó prácticamente desapercibida. Se necesitaba un acuerdo entre dos de los tres mayores partidos para formar gobierno. Legalmente, el parlamento tenía, según la constitución “3 meses” para ello. En caso de no lograrlo, el presidente Dodon debía disolverlo. El TC interpretó que estos 3 meses contaban con 90 días (marzo, abril y mayo sumaban 92 días). Las luchas de poder vieron la formación de un gobierno prácticamente a última hora con la alianza de la plataforma DA-PAS (liberales europeístas), liderada por Maia Sandu y el PSRM. El problema fue que esta alianza se formó al día 91.
Dodon se negó a disolver el parlamento (siendo favorable a la interpretación de los 92 días). El cabinete saliente, controlado por el Partido Democrático (PDM), protestó la situación y el TC se puso de su parte, intentando destituir a Dodon y dar poderes a Pavel Filip (PDM). Filip intentó disolver el parlamento y llamó a nuevas elecciones. La recién formada coalición DA-PAS/PSRM consideró que estas acciones eran ilegales y no las acató. Se convocaron protestas y acampadas en la capital. Se dio una situación de gobierno dual en la que dos cabinetes se acusaban mutuamente de estar infringiendo la ley. La crisis terminó cuando en junio el TC rectificó su decisión de apoyar la queja del PDM y reconoció al nuevo gobierno dirigido por Maia Sandu. Desde Rusia hasta la UE, todos criticaron las acciones del PDM. El entonces líder del PDM, Vladimir Plahotniuc, quien a su vez es uno de los oligarcas más poderosos e influyentes del país, huyó en su avión a EE.UU (ahora se encuentra en Turquía), a pesar de existir una prohibición de visa para él y su familia en dicho país. Consecuentemente, los miembros del TC, cercanos al PDM y a Plahotniuc, renunciaron a su puesto.
Por si todo esto no pareciese ya suficiente tensión, Maia Sandu fue sometida a una moción de confianza en noviembre de 2019, la cual perdió. El PSRM afirmó que el bloque DA-PAS, que lideraba Sandu, había violado el acuerdo de gobierno al sugerir que éste último delegase poderes a la Primera Ministra para proponer a miembros del poder judicial. Tras esto, el bloque DA-PAS también se rompió. Ion Chicu fue nombrado Primer Ministro y sobrevivió a una moción de censura en julio de este año e irónicamente lidera un gobierno conjunto con el PDM. Éste último vive un proceso de reconstrucción y sigue siendo un partido personalista con muchos funcionarios públicos de nivel municipal o regional que aspiran a volver a ser el partido número uno. Por el momento, el PDM usa al PSRM para recuperar fuerzas y con la perspectiva de asaltar el poder en un futuro cercano, mientras, el PSRM se sirve del PDM para conservar un ajustado control en el parlamento a través del “matrimonio anormal” de prorrusos y proeuropeos.
El caos político moldavo se ve favorecido por la debilidad energético-comercial y la corrupción, al igual que en el caso Transnistrio. Moldavia no produce como antaño y es muy dependiente de sus vecinos. Su balanza comercial es negativa, pero no de forma tan marcada como la de Transnistria, aunque también es preocupante. Al igual que Transnistria, Moldavia exporta alimentos, maquinaria, ropa y metales, mientras que importa manufactura, productos energéticos y químicos. Sus mayores socios en cuanto a exportaciones son: Rumanía (27%), Italia (10,2%), Alemania (7,83%) y Rusia (7,54%). En importaciones se invierte un poco el orden: Rumanía (20,3%), Ucrania (12%), Rusia (9,35%) y Alemania (8,32%). Entre 2011 y 2018 Moldavia incrementó su comercio con Rumanía en un 141% y lo redujo Rusia en un 64%, al igual que en el caso de Transnistria, los negocios con Occidente se han incrementado.
Crisis poblacional y pobreza.
Moldavia ha mejorado su situación económica respecto a los 90 y el crecimiento desde principios del 2000 ha sido relativamente estable, pero no fue hasta 2013 cuando alcanzó el 68% del PIB que tenía en 1990. A pesar de esto, sigue siendo considerado como el estado más pobre de Europa y el salario neto mensual equivale a 330€. El éxodo poblacional es un gran problema. Si en 1989 contaba con 4.3 millones de habitantes (sumando Transnistria), en 2019 quedaban únicamente 2.68 millones (3 millones sumando Transnistria). Los moldavos son el grupo étnico más numeroso con diferencia, pero también cuentan con las minorías de rumanos, ucranianos, gagaúzos, rusos y búlgaros, entre otros. Moldavia ha perdido 1/3 de su población y según la ONU, para 2035 perderá un 22% más, situándose en los 2.08 millones. Moldavia se enfrenta, sin duda, a la desaparición como estado a pesar de ser relativamente joven para el estándar UE, ya que la edad media se sitúa en los 37 años.
Dentro de la dinámica habitual, el descenso poblacional en Transnistria también es notable. Contaba con más de 600 mil habitantes en 1989. Esa cifra se ha reducido hasta las 465 mil personas en 2020 según los datos publicados por el Ministerio de Desarrollo Económico de la república. No obstante, es muy probable que ésta cifra sea algo inferior debido a que incluye a la población considerada como “ausente”. En 2020 se contabilizan diversos grupos étnicos: 34% rusos, 33% moldavos, 27% ucranianos, 3% búlgaros 1,2% gagaúzos y unos pocos miles de alemanes y polacos, entre otros. La región sufre de una inflación del 100,30% y el salario medio, según datos oficiales, se sitúa en los 5035 rublos transnistrios, lo cual equivale a unos 266€.
La situación es obviamente muy complicada. Si tomamos otros datos como la tasa de mortalidad infantil, que suele ser uno de los indicadores principales que revelan las condiciones de un estado, veremos que Moldavia se sitúa (2019) todavía en un ratio de 12. Moldavia está acompañada por estados como Colombia o Perú y bastante lejos de vecinos como Rumanía (6) o Ucrania (7). En el espacio postsoviético, tan sólo las repúblicas de Asia Central (excepto Kazajistán) y Azerbaiyán tienen peores datos.
¿Explosión a la vista?
Diversos candidatos estaban dispuestos disputar el poder a Dodon. Maria Sandu por PAS, Andrei Nastase por PPDA (que rompió con Sandu y el PAS en 2019), Renato Usati (PN), Violeta Ivanova (MR) o Tudor Deliu (PLDM), entre otros. Las encuestas indicaron casi desde el principio que Maria Sandu es quien contaba con más papeletas para enfrentarse cara a cara con Dodon en segunda vuelta. Durante el mes de septiembre, Dodon osciló en torno al 30% de los apoyos, con Sandu siguiéndole de cerca. Las encuestas de octubre arrojan diversos porcentajes dependiendo de quien la realice, pero la mayoría muestran a Dodon como vencedor. Sandu espera conseguir un buen resultado en primera vuelta y aunar los apoyos de las formaciones europeístas y panrumanistas (PPDA, PLDM, coalición MPU) para la segunda vuelta. La oposición moldava vivió un nuevo despertar durante las presidenciales de 2016 y su marcado carácter liberal y proeuropeo será decisivo. Las elecciones en el país no destacan tanto por las vagas promesas en política interior, que apenas suelen cumplirse, sino por el componente externo. Dodon sigue poniendo el énfasis en el carácter plural de la política exterior moldava, lo cual beneficia a Rusia, pero conlleva que ésta se tenga que comprometer a prestar una asistencia económica cada vez más costosa. Esto contrasta con la visión de Sandu, sobre todo el énfasis en la UE y la integración en las estructuras y dinámicas de la organización. No obstante, ésta fórmula tampoco es infalible,
La abstención, como de costumbre, será considerable. Maia Sandu, que ocupó un puesto como asesora en el Banco Mundial, cuenta con el apoyo directo de los organismos de la UE, que tras invertir tanto dinero en el país durante años, esperan ver un definitivo cambio de rumbo. Este mismo año, la Comisión Europea propuso un paquete de ayudas de 100 millones de euros para Moldavia dentro de un programa de apoyo para estados vecinos de la organización. El presidente del Partido Popular Europeo, Donald Tusk, mostró su apoyo a Sandu a principios de septiembre, ya que PAS es observador en el PPE.
Sandu comenzó a avisar acerca del “fraude masivo” que considera que se producirá en las elecciones, algo que también hizo en 2016. Dodon, por su parte, mantuvo una videoconferencia con Vladimir Putin a finales de septiembre y aseguró un préstamo de 200 millones de euros para Moldavia en caso de victoria. También pidió un descuento del 12% en el precio del diésel para los sectores agrícolas. Dodon no tendría dificultades para revalidar el puesto de no haber sido por los efectos de la pandemia, que acentúan una situación ya de por sí difícil y le debilitan. Es por ello que el director del Servicio de Inteligencia Exterior ruso (SVR), Serguei Naryshkin, aseguró que se está orquestando una “revolución de color” en el país.
Tanto la oposición como el gobierno se acusan, respectivamente, de contar con consejeros rumanos y rusos entre sus filas y de llevar a cabo tácticas de desinformación. También es muy posible que se produzcan manifestaciones de una u otra parte contra el eventual vencedor, una situación que podría degenerar en violencia. A pesar de esto, una victoria de Sandu no conllevaría un cambio inmediato, ya que Moldavia no es una república presidencialista y el parlamento está dominado por el PSRM y sus socios de gobierno del PDM.
En agosto de este año, un 72% de los moldavos consideraba que el país se dirigía en la dirección equivocada, siendo el desempleo (32%), los bajos salarios (23%) y un liderazgo incompetente y poco profesional (22%) los principales problemas. Los recientes eventos en Bielorrusia, el conflicto entre Azerbaiyán y Armenia y las protestas en Kirguistán parecen haber encendido los ánimos en el espacio postsoviético. Que Moldavia se sume a esta lista, tampoco sería sorprendente. La reciente estabilización del poder político en Rumanía, con el descalabro de los socialistas y el auge del centro-derecha liberal, conllevará sin duda mayores intentos desde Bucarest por impulsar un cambio político en Moldavia que favorezca una eventual reunificación. Rumanía celebrará elecciones legislativas en diciembre, una victoria de candidatos europeístas en Moldavia, gracias a la asistencia de su vecino, sería un gran reclamo electoral.
Las buenas relaciones y el comercio entre Moldavia y Rumanía han ido en aumento, así como los movimientos que buscan una reunificación. Muchos moldavos poseen pasaporte rumano y ven en ésta una vía de acceso a la UE, pero no constituyen una mayoría clara. En Rumanía, un 53% considera que ésta y Moldavia se deberían reunificar. En Moldavia este sentimiento es menor. Una encuesta de IMAS en junio de este año reveló que el 37% de los moldavos votarían a favor de una reunificación. Un contraste es que un 64% de los moldavos se muestra favorable al ingreso en la UE, pero tan solo un 23% votaría a favor de ingresar en la OTAN, lo cual destaca respecto a la visión mayoritariamente positiva de los rumanos (61%) con la OTAN. Los resultados son más favorables a la reunificación en Chisináu y regiones aledañas, donde el voto a las formaciones liberales, europeístas y panrumanistas es más marcado que en el norte y sur.
Un intento radical de cambio político en Moldavia llevaría a una situación de conflicto no sólo entre la población moldava, sino también con Transnistria y posiblemente Rusia. Si bien es cierto que el comercio con ésta última ha ido en descenso, todavía es un socio comercial importante, sobre todo en materia energética. Para combatir esta dependencia, Rumanía ideó el gasoducto Ungheni-Chisináu, a través del interconector Iasi-Ungheni, como alternativa al suministro ruso. No obstante, la capacidad de este gasoducto rondaría los 0.5 bcm al año (Rumanía pretende triplicar esta cifra), como comparación, Gazprom vendió cerca de 2,89 bcm de gas a Moldavia en 2019 y además de eso, el gas ruso es más barato, según el jefe de Moldovagaz. El gas natural representa más de la mitad del suministro total de energía primaria a Moldavia (53% en 2018), el petróleo aproximadamente una cuarta parte (23% en 2018). Rumanía planea expandir el suministro, pero para ello, primero debe resolver sus problemas con la explotación de las reservas en el Mar Negro, que se ha visto detenida por trámites legales y diversos problemas con ExxonMobil y OMV. En todo caso, el impacto notable de este suministro de gas rumano a Moldavia no llegará hasta 2022 o incluso 2023, siendo optimistas. Otro problema para este suministro lo constituye el sistema de transmisión. Si bien el gasoducto y el interconector son propiedad de Vestmoldtrasngaz, filial de la rumana Transgaz, el resto de la red es parte de Moldovagaz, cuyo accionista principal es la rusa Gazprom (64% de las acciones). Gazprom podría bloquear suministros alternativos mientras negocia una prolongación del contrato y Moldovagaz no se disuelva, tal y como le exige la UE a Chisináu. A principios de octubre, Transgaz aprobó la venta del 25% de Vestmoldtransgaz al Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, los actores occidentales están tomando pasos para incrementar el poder de negociación de Rumanía en la región, con la vista puesta en Moldavia y la influencia de Gazprom.
La influencia rusa en Moldavia, sin embargo, va más allá de la energía y está también presente en los sectores bancario o incluso religioso. Las remesas de los emigrados Moldavos son otro tema a destacar, ya que representan un 15,9% del PIB según el Banco Mundial (2019), si bien lejos del 30% de hace más de una década, todavía es una cifra considerable y que se ve afectada por la situación de pandemia. Muchos de estos emigrados moldavos trabajan en Ucrania o países de la UE, pero también en Rusia. Según el Centro de Promoción y Apoyo a la Juventud Moldava, en total hay más de 477 mil, pero estas cifras, según los estudios de RANEPA, son más bajas, oscilan torno a las 350 mil personas y van en descenso.
Sin duda, expulsar la histórica influencia rusa de Moldavía así como a las tropas rusas de Transnistria sería todo un éxito geopolítico para la UE y para los EE.UU. Éstos últimos están trasladando parte de su contingente desde Alemania a Rumanía y buscan expandir las bases de la OTAN en dicho país. Recientemente, el Ministerio de Interior Moldavo ha anunciado “repetidas provocaciones” por parte de Transnistria, incluido el supuesto secuestro de un policía moldavo por parte de los servicios secretos transnistrios en Floresti. Los ánimos están cada vez más caldeados, las noticias sobre provocaciones y los avisos sobre amaños electorales previos a unas elecciones tan importantes no son una señal positiva.
Expulsar a Rusia de Moldavia y romper del todo con ella es algo complicado, fácil de decir, pero no de hacer, las formaciones europeístas lo saben. Incluso en el caso de que se instalase un gobierno totalmente hostil a Rusia en Chisináu, se podrían producir embargos como en 2013, tras la firma del acuerdo moldavo de asociación con la UE. Esto haría daño a la industria y agricultura moldavas, pero a medio plazo terminaría por llevar a una mayor diversificación del mercado y al debilitamiento de la capacidad rusa en la región. A la larga, la expulsión la influencia rusa de Moldavia y posiblemente Transnistria (algo que Rusia no tolerará) conllevaría un ahorro de dinero para el Kemlin en préstamos y fondos. Como contrapartida, los actores occidentales y sobre todo Rumanía (si de verdad pretende una reunificación), tendrían que asumir los costes y coordinar masivos paquetes de ayuda económica y programas para Moldavia, al igual que se ha estado haciendo con Ucrania, con «éxitos» muy cuestionables. El factor migratorio también se tendría que tener en cuenta para un país que se está desangrando. Mayores facilidades en el proceso de visas con la UE o la unificación con Rumanía conllevarían un incremento del éxodo. La perspectiva de proporcionar ingente ayuda económica a Moldavia, programas de integración y demás en ésta época de pandemia, con el frente bielorruso todavía abierto, así como los quebraderos de cabeza y desafíos que provoca Turquía, entre otros muchos problemas, serían otra dificultad añadida para la UE.
Las autoridades de Transnistria no verían con buenos ojos un acercamiento a Occidente y menos aún una reunificación con Rumanía. Incluso sin la presencia de las tropas rusas, los transnistrios recurrirían a las armas para defender su independencia. Si todo se saliese de control, sería también peligroso para Ucrania, que ya tiene suficientes problemas con el conflicto en el este del país, al cual se sumaría otro en su frontera suroeste. En caso de ver su influencia atacada por la fuerza, Rusia podría aprovechar para desestabilizar en ambos frentes y lo que es más, otros países podrían ser propensos a intervenir diplomáticamente. Hay que recordar, de nuevo, que toda la región histórica que nos concierne además de contar con población moldava, rumana, ucraniana y rusa, cuenta con el factor de las minorías gagaúza, búlgara, generalmente favorables a Rusia. A la disputa entre la influencia rusa y occidental se le sumaría el deseo de cada estado por defender a su minoría respectiva. Un ejemplo de ello es que las minorías que residen en el territorio ucraniano se ven sujetas a discriminación con las nuevas reformas educativas, algo que provocó las protestas de Bulgaria, Hungría o Moldavia, entre otros. Incluso Turquía podría invocar la carta de la minoría gagaúza (debido a la conexión lingüística) si lo quisiese y trataría de ejercer presión para alimentar su imagen como “defensor de los turcos”. En 2015 los gagaúzos eligieron a Irina Vlah como nueva gobernadora. Vlah cuenta con el apoyo del PSRM y destacó por hablar de la necesidad de acercarse a Rusia. En 2014 un 98% de los gagaúzos votó en un referéndum, muy criticado por Chisináu, a favor de la integración en la Unión Aduanera Euroasiática que lidera Rusia. A su vez, un 99% votó a favor de que Gagauzia se declarase independiente si Moldavia llegase a perder su independencia. En resumen, se podría ver incluso una cooperación ruso-turca en favor de los gagaúzos si llegase a haber una escalada de tensión, ya que juegan a favor de los intereses de ambos estados. La perspectiva de una guerra parece lejana, pero si algunos actores no cuidan sus pasos, todo podría degenerar en caos. Los intereses extranjeros son muchos, los costes políticos, económicos y humanitarios serían catastróficos.
Moldavia y Transnistria constituyen un caso especial y un claro ejemplo de los resquicios fronterizos entre los imperios ruso/soviético, la difusa cuestión nacional moldava, el panrumanismo y la expansión de la Unión Europea. En un mundo idílico, las distintas potencias con intereses en la zona cooperarían para solucionar la disputa, pero en el mundo real no siempre funciona así. La idea de una federación asimétrica pareció la mejor solución hace años, pero con la progresiva degradación en Moldavia, su existencia, no ya como estado independiente, sino como estado en sí, tiene cada vez menos perspectivas de futuro y más de inestabilidad. Los esfuerzos de la UE para aumentar los vínculos con Moldavia siguen sin conseguir neutralizar la influencia rusa. Si bien ésta ha disminuido, los europeístas no han obtenido los resultados electorales esperados durante estos años. Las divisiones sociales, culturales y políticas en Moldavia así como entre las sociedades en ambas orillas del río Dniéster se han incrementado y acentuado; la salud de las instituciones se ha deteriorado, la clase política es incapaz de una reforma efectiva. Moldavia corre el peligro de resquebrajarse a causa de estas prolongadas disputas este-oeste. Las tensas relaciones de la UE con Rusia no ayudan en absoluto a avanzar hacia una solución pacífica que satisfaga a todas las partes. El conflicto Moldavia-Transnistria se torna menos resoluble con cada año que pasa y representa un peligro del cual pocos parecen ser conscientes.