Facundo es una de esas personas que trabajan de sol a sol sin pedir nada a cambio. “A mí me da pena cobrar, yo dejo que ellos me den lo que puedan” dice mientras me ofrece un café de su propia cosecha, producto típico de la región. A sus 83 años, este campesino indígena del sureste del estado de Chiapas, trabaja recorriendo distintas comunidades como experto en medicina tradicional indígena, además de ser el presidente de la Agrupación Raíces de Nuestra Cultura Mam; asociación que trata de reavivar las tradiciones y costumbres del pueblo mam, pueblo que lucha por mantenerse en un mundo que siempre los ha considerado ciudadanos de segunda.


Este pueblo indígena de filiación maya, repartido entre la frontera de Guatemala y México, lleva en la región desde mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles. Al igual que otros pueblos mayas, su cultura está estrechamente relacionada con la agricultura y la naturaleza, “la madre tierra”, por lo que ciertos escenarios naturales como ríos, cuevas, volcanes y cascadas suelen convertirse en centros espirituales donde se practican ciertas ceremonias y rituales, como es el caso del volcán Tacaná (nuestra madrecita en lengua mam), donde a finales de diciembre y comienzos de enero llegan varios grupos de peregrinos para rezar a los ancestros y pedirle un buen año de lluvias. “Siempre debemos de dar gracias a la madre tierra por darnos el maíz, el frijol, la calabaza y hacer una ceremonia de agradecimiento. No debemos olvidar nuestra relación con la naturaleza. Nosotros somos como un árbol: los dos necesitados de los elementos sagrados de la vida” explica Facundo cuando le pregunto acerca de la relación de los mam con la naturaleza.

 

 

Poco después aparece la esposa de Facundo junto a su yerno Alejandro, quien termina de llegar de la recogida de café. Atraído por el tema de conversación, se sienta junto a nosotros para continuar la charla. “Nosotros siempre hemos sido discriminados por haber defendido los recursos naturales, o sea, la madre tierra, lo que es el agua, la naturaleza etc.” cuenta. “Aquí por ejemplo, tenemos un punto rojo de minería. Nosotros como pueblos originarios estamos en la lucha ante este tipo de invasión, pero claro, las empresas entran a través de organizaciones gubernamentales y se llevan los recursos naturales. Por eso te digo que muchas veces el sistema gubernamental es el que discrimina a los pueblos indígenas” concluye Alejandro.

Este rechazo que muestra Alejandro hacia el gobierno de su país es una crítica común entre los mam mexicanos, y no es de extrañar. Desde el establecimiento de la frontera entre México y Guatemala hacia finales del siglo XIX que dejo separado a los mam en dos países, el gobierno mexicano trató de “integrarlos” dentro de la nación mexicana, ya que en aquella época (y en la actualidad), ser mam, era sinónimo de atraso, pobreza y, en el peor de los casos de antipatriotismo debido al gran numero mames que se habían quedado en territorio guatemalteco. La integración supuso un abandono obligatorio por parte de los mam de sus elementos culturales y étnicos: No se permitía hablar la lengua en público bajo pena de cárcel, se prohibió cualquier ritual bajo la condena de fanatismo, y los vestidos tradicionales fueron, en el mejor de los casos, quemados por las autoridades. Como consecuencia de este proceso, aprender la lengua en la actualidad se sigue viendo como algo inútil. “Le pregunté a mi abuela para que me enseñara la lengua, y me dijo que para qué quería aprenderla, si algún día yo iba a ir a la escuela, tener algún cargo en la sociedad etc. para ella era inútil que yo aprendiera la lengua” dice el joven Alejandro.

 

Es cierto que los años de la integración forzosa ya pasaron, y que desde las reformas constitucionales de 1992, el estado mexicano trata de promover las culturas indígenas como parte elemental de la identidad nacional mexicana. Pero para algunos mam, entre los que se encuentra Alejandro, este cambio en las políticas gubernamentales no ha hecho desaparecer la discriminación; sino que la ha transformado. “No existimos para el gobierno. No hay un fondo directo para la comunidad mam. Hay proyectos directos para las comunidades indígenas, pero para ser beneficiario de esos proyectos tienen que reconocernos. Por eso peleamos, por eso decimos que estamos siendo discriminados como antes” continúa Alejandro. “Ahora mismo estamos considerados como 40.000 hablantes de lengua mam solamente en el Soconusco, lo que significa que sí que está viva la cultura. Pero el gobierno nos tiene olvidados” concluye.

La invisibilidad a la que está sometido este pueblo, tiene un objetivo claro. Según algunos tratados internacionales y nacionales acerca de los derechos humanos de los pueblos indígenas, el gobierno debe preguntar a los pueblos indígenas antes de permitir que las empresas puedan explotar los recursos naturales que se encuentran en su territorio histórico. Pero claro ¿a quién se pregunta? ¿A las comunidades? ¿Los líderes? ¿A todos los mam? Sencillo: se suele preguntar a los mam que participan de la vida política. Es decir, a militantes del partido en el gobierno o miembros de algún gobierno municipal.

 

 

La legitimidad que da el gobierno hacia estas personas, consideradas como representantes del pueblo mam, se identifica por muchos como un juego político que sacrifica las tradiciones por el lucro individual y el desarrollo económico. Una de las personas que más denuncia esta situación es Karen, madre mam y abogada: “(Los políticos) deberían de preocuparse de promover las culturas indígenas, porque tienen un área de asuntos indígenas, más en cambio, no nos dan la oportunidad. Tienen el mal habito de que si no estuviste apoyando al partido en las elecciones, aunque seas mam de nacimiento, no te van a ayudar”. Cuando la pregunto acerca de esta situación en su municipio, comenta lo siguiente: “Él (un mam miembro del gobierno municipal) se hace proclamar representantes del pueblo mam porque abarca muchos lugares. Él ante los medios es mam, pero realmente el salir en la televisión no te da la garantía de que sea un hablante mam, y menos su representante” concluye Karen.

 

Esta situación ha llegado a tal punto que el pasado 2019 se aprobó la creación de un geoparque en el volcán Tacaná con el objetivo de impulsar la actividad económica y el turismo. Este proyecto, ideado por empresarios chiapanecos y avalado por el Servicio Geológico Mexicano (el cual depende de la Secretaria de Economía), supone la privatización de uno de los lugares sagrados para el pueblo mam. Como he mencionado antes, en este volcán son habituales las peregrinaciones y los rituales, ya que se considera como el lugar donde habita la deidad de la fertilidad de la tierra.

Debido a la situación del COVID-19, este proyecto está todavía en espera, pero Alejandro lo tiene muy claro: “Con todo el tema del Tacaná puedes ver la situación de los mam. El gobierno nos discrimina para que luego seamos invadidos por las empresas, no hay más” sentencia.

En principio no parece que esta situación vaya a desembocar en ningún conflicto significativo ni nada por el estilo, pero el abandono de la cultura por parte del gobierno, la explotación de sus recursos naturales y la extrema pobreza, están tensando la paciencia de muchos mam, hartos ya de la situación de marginación y explotación a los que son sometidos.

El sol se va escondiendo detrás del Tacaná, y yo me preparo para despedirme de Facundo y su familia. Antes de marchar Alejandro me dice una última cosa: “cuando vuelvas a tu país recuerda que nosotros somos los hijos y las hijas del maíz. Que la madre tierra nos alimenta, nos da la vida y la fuerza, y por eso debemos cuidarla. No vamos a dejar que desaparezca nuestra cultura, ni dejaremos que invadan nuestra tierra” concluye.