Según el Ministro de Asuntos Sociales Bashir Ismat, el 40% de los libaneses vive bajo el umbral de la pobreza, y con la bancarrota amenazando a los bancos, la cifra podría dispararse hasta el 50 o 70%. Productos básicos como la harina y la gasolina empiezan a escasear, y los cortes de luz ya duran más tiempo que las horas con electricidad.

En este contexto y aunque el coronavirus parecía haber parado el mundo, las protestas han vuelto a un país en el que el 20% de la población vive con menos de 4 dólares al día. La inflación se dispara a un ritmo astrológico, y la Libra Libanesa, que desde la guerra estaba estancada en 1 dólar las 1.500LL, se ha devaluado en cuestión de meses hasta 4.300LL el dólar.

Trípoli, una de las ciudades más pobres del Líbano, ha visto un resurgir de las protestas con más virulencia que nunca, y los enfrentamientos de anoche (en pleno confinamiento por el COVID-19) han dejado un mártir en la ciudad.

El estado parece querer declarar la guerra al Banco Central de Líbano que ha estado facilitando a determinadas personas sacar dinero hacia suiza, pero según el entorno de Amal (partido en el poder cuyo líder Nayib Berri es portavoz del parlamento), EEUU amenaza con sanciones si se toman medidas contra Riad Salamé.

 

 

Las protestas, como desde el principio, no son algo monolítico. Por un lado hay manifestantes que buscan derrocar todo el sistema corrupto y sectario, por otro manifestantes contra el Banco Central que cuentan con el apoyo del gobierno y por otro manifestantes con una clara tendencia política y sectaria que cuentan con el apoyo de las fuerzas anti-gubernamentales (Partido Socialista Progresista, Fuerzas Libanesas, Falange y Movimiento Futuro). Y el punto de más tensión, donde la olla puede explotar, es Trípoli; una ciudad muy conservadora, muy empobrecida, y en la que hay un gran número de salafistas que en más de una ocasión han atacado a la minoría alawita.

Estos días sin embargo, la mayor violencia la estamos viendo contra los bancos, que han dejado de ser útiles para la población cumpliendo con su función de gestores.

La cara oculta del desastre

Líbano, un país pequeño de menos de 7 millones de habitantes, cuenta con un millón y medio de refugiados sirios, medio millón de refugiados palestinos y 250.000 mujeres extranjeras viviendo en situación de esclavitud por el sistema Kafala.