Pakistán es uno de los países con mayor población musulmana del planeta, pero también uno de los países con mayor inestabilidad interna existente debido las numerosas y diversas organizaciones de tipo yihadista (como por ejemplo Harakat-ul-Mujahideen al‑Qaeda, la red Haqqani o Lashkar-e-Taiba) que operan dentro de las fronteras de Pakistán y que tienen o alguna vez han tenido apoyo de su y servicio de inteligencia, el ISI.

 


 

Una vez que Pakistán alcanzó el poder del átomo en la década de los noventa del pasado siglo, uno de sus mayores y mejores aliados hasta esa fecha, EE.UU decidió desarrollar un plan de contingencia y un protocolo de actuación en caso que se dieran dentro de los territorios del país tres casos particulares que harían saltar todas las alarmas:

1 – Qué un grupo terrorista o un Actor No Estatal tomase una de estas armas de los stocks del ejército Pakistaní con apoyo informal del propio ejército. En este caso se presuponía que sería utilizada para detonarla contra un enemigo externo de Pakistán.

2 – Qué un grupo terrorista o un Actor No Estatal tomase una de estas armas de los stocks del ejército Pakistaní y se lo vendiera o proporcionara por afinidad ideológica a un tercero; en este caso en concreto se pensó en la República Islámica de Irán.

3– Qué un grupo terrorista o un Actor No Estatal tomase una de estas armas de los stocks del ejército Pakistaní. Su opción lógica será chantajear o detonarla para hacer caer al gobierno de turno en esos momentos en el poder en Pakistán.

 

 

Una vez planteadas estas hipótesis y posibles probabilidades se decidió asesorar en un primer momento sobre seguridad nuclear al Directorio de Inter-Servicios de Inteligencia o ISI. Por este motivo se otorgó la seguridad de las instalaciones nucleares Pakistaníes a la denominada Strategic Plans Division o División de Planes Estratégicos, que se encargaría de la supervisión y control de los 9.000 empleados que trabajaban en el programa nuclear de Pakistán, siendo 2.000 de ellos catalogados como de alto riesgo.

 

Estos últimos serían monitorizados muy de cerca para apartarlos ante cualquier señal, por mínima que fuese, de radicalización religiosa o cambio de lealtad entre el personal. Para ello incluso se llegó a la creación de un extenso listado de usuarios de mezquitas cercanas, pero sobretodo de las que tenian o promulgaban unos discursos más radicales.

Para este cometido, los Estados Unidos proporcionaron una suma de 100 millones de dólares que se entregaron con el fin de mejorar la seguridad en las instalaciones nucleares. Sin embargo, después de su entrega, las autoridades se negaron a una auditoría para dar a conocer cuál era el destino real del dinero destinado a este cometido.

 

 

Como resultado del estudio de todas las variables y opciones posibles, el Estado Mayor del Ejército Estadounidense y la cúpula de los distintos servicios de inteligencia del país decidieron que la única solución factible para asegurar el arsenal nuclear de Pakistán sería -llegado el momento- acometer un asalto (con Fuerzas Especiales) sobre los diversos lugares y enclaves dónde se guardaban estas armas de destrucción masiva.

En resumen… ¡Arrebatárselas!