Una gran cruz roja divide un fondo blanco en cuatro cuartos que poseen, cada uno de ellos, una pequeña cruz del mismo color. En su bandera encontramos un claro ejemplo de simetría y es que Georgia es, al contrario de lo que muchos piensan, un país equilibrado en todos sus aspectos. La tradición convive con la innovación, lo salvaje con la civilización, la melancolía con una fuerte vitalidad y el orgullo patriótico con la humildad de su gente. Georgia es, sin duda, la balanza entre Europa y Asia.


 

Muchos se olvidan de la existencia de este pequeño país a orillas del Mar Negro, de ascendencia bizantina y tierra natal del no tan olvidado Iósif Stalin y el icono feminista de la Antigüedad: Medea de la Cólquida. Estas dos figuras son precisamente la más clara representación de la visión que los georgianos tienen de su propio país: una nación que se desprende ligeramente de los valores de la ocupación para abrir paso a una occidentalización que supuestamente permitirá un desarrollo social y económico en pro de todo el país.

En la supra, una tradicional cena, el tama (quien encabeza la celebración) brinda por temas como el amor o los antepasados, pero nunca puede faltar un brindis por la paz. La memoria de la ocupación rusa está a flor de piel en la sociedad georgiana, que afronta su pasado con una actitud positiva. Por otro lado las banderas rojas y blancas se ondean junto con las de la Unión Europea por toda la capital; existe un sentimiento patriótico, un orgullo general por la lucha constante que los georgianos han llevado a cabo por sus derechos como pueblo durante años y que, tras la Revolución de las Rosas, parece haber alcanzado una estabilidad democrática bastante respetable.

Jóvenes manifestante frente al Parlamento en Tbilisi. / Alejandro Matrán

No me hacen falta más de un par de horas en Tbilisi para darme cuenta de que la capital georgiana tiene un aire realmente noventero, los sabores de los zumos naturales son absolutamente intensos y artificiales, los jóvenes llevan gafas de sol de cristales rojos y la música tecno invade las discotecas. De pronto, sin previo aviso, la policía entra en Bassiani, la mayor discoteca de la ciudad y comienza a agitar las porras contra los jóvenes que bailan. Al mismo tiempo, otras “redadas” tienen lugar en otros clubes de la capital. El gobierno asegura que se trata de una operación contra el tráfico de drogas puesta en marcha con motivo de las cinco muertes por drogas que tuvieron lugar la semana anterior. Otros aseguran que, de nuevo, se trata de una lucha entre el pasado soviético del país y el futuro que las nuevas generaciones quieren para este.

Las protestas toman las calles de la ciudad y se establece un punto de encuentro masivo frente al parlamento, donde los policías se sientan en el suelo a comerse un bocadillo y fumar cigarrillos mientras charlan. Tras una intensa tarde de discursos de diferentes líderes y activistas la música tecno empieza a resonar entre las fachadas de los edificios de la avenida Rustaveli y la gente comienza a bailar y a beber cerveza, vino y zumo de granada hasta la una de la mañana. Simultáneamente un grupo de neonazis escoltados por la policía aparece en un rincón. Alzan la voz con sus cánticos conservadores pero, por más que lo intentan, no pueden con el eco del tecno y el retumbar de los altavoces. Aunque días después continúa la tensión en los bares y discotecas, el gobierno decide recular y finalmente pedir disculpas por las acciones llevadas a cabo por la policía.

A pesar de la muestra de arrepentimiento del gobierno, algunos dicen que se trata simplemente de una estrategia y aseguran que las conversaciones con el Ministerio del Interior no traerán ninguna mejora.

«Primero, ordenan las redadas. Luego se disculpan por ellas, pero después vuelven a defender sus acciones. Exactamente igual que en la época soviética, que usaban el miedo. Nosotros no hemos tenido miedo en los últimos cinco años. Pero después de estas redadas, sí lo tenemos.»

 

Davit Chikhladze, representante del club Mtkvarze de Tbilisi 

al medio alemán Deutsche Welle.

La cercanía, y sobre todo la transparencia de la gente, me permite darme cuenta de una cosa: en la sociedad georgiana se puede encontrar una ecuación general; casi diría una fórmula, y el comentario de Chikhladze es un ejemplo de esto: la época soviética es sinónimo de conservadurismo. Si hacemos un ligero repaso de la historia de Georgia, el territorio formó parte de la Unión Soviética, hasta el año 1122 estuvo ocupado por lo árabes bajo el nombre de Emirato de Tiflis y anteriormente fue adherido a Persia (la región de Iberia, al este del país) y al Imperio Romano de Oriente (la Cólquida, en la costa del Mar Negro). Es decir, Georgia siempre se ha encontrado, de manera involuntaria, en una posición opuesta a Occidente. Es por esto que los georgianos han decidido pasar de un lado del eje al contrario. Tanto si utilizamos los términos erróneos de “Oriente” y “Occidente” como si usamos la división continental, Georgia se encuentra en un lugar ambiguo tanto histórica como geográficamente. Aunque técnicamente se encuentra en el continente asiático, actualmente a nivel social, Georgia tiende a lo europeo u “occidental”. Este acercamiento a Europa, tanto en términos sociales como políticos y económicos, es recibido por muchos como un proceso evolutivo pero otros, aunque he de decir que se trata de una minoría, lo ven como un retroceso. 

A pesar de la europeización, es sorprendente ver cómo en plena noche, en la capital, entre música electrónica, las canciones populares comienzan a sonar y los jóvenes se animan a bailar las danzas tradicionales con orgullo. Esto demuestra cómo de robustas son las raíces culturales de Georgia, que al fin y al cabo son raíces asiáticas.

La música y la danza son dos de los pilares más importantes de la cultura georgiana: canto polifónico constantemente asociado a las polifonías de Cerdeña o a la música vasca y bailes salvajes dignos de un acróbata que requieren una cantidad inimaginable de fuerza física y riguroso entrenamiento. Podríamos realizar un estudio completo acerca de la forma musical georgiana, los tipo de danza y sus respectivas técnicas, pero el hecho de que no es difícil encontrar cantantes y bailarines profesionales en cada rincón del país me lleva a detenerme en un dato que me resulta más destacable y es, precisamente y al contrario que en muchos países “desarrollados”, la estima y el respeto que se tiene a estos profesionales que son los encargados de conservar un tesoro único a nivel mundial. Pero no son los únicos, si hay algo más sorprendente que esto es que todos y cada uno de los habitantes de Georgia es, de forma más o menos profesional, músico o bailarín si no las dos cosas al mismo tiempo.

 

Paisaje de la región de Svaneti, en la frontera con Rusia. / Alejandro Matrán

Es la primera vez que el conductor del minibús, que con varias estampitas de la Virgen clavadas con chinchetas en la guantera me lleva hacia la región de Svaneti, sube por las carreteras del Cáucaso. Está realmente impresionado y las lágrimas comienzan a caer de sus lacrimales. Curvas y curvas de carretera estrecha subiendo por la ladera de la montaña. Barrancos a la derecha del camino y rápidos en un río totalmente gris. Los otros ocupantes se santiguan cada vez que dejamos una iglesia atrás y tras varias horas de viaje llego a Mestia, donde el dueño del hostal nos recibe cantando una canción con sus tres hijos. Desde luego, los georgianos no pierden oportunidad alguna de hacer alarde de su patrimonio.

Tras una supra con huéspedes rusos y un coro de hombre vestidos con el traje tradicional, ya de madrugada me voy con uno de los hijos del dueño del hostal hacia la montaña. Allí vemos una enorme grieta en el suelo y él me dice “esto lo ha hecho nuestro dios para avisarnos de que tenemos que cuidar nuestra tierra”. Y es que la religión es uno de los pilares fundamentales de la sociedad georgiana. La iglesia ortodoxa juega un papel importante y sí, eso conlleva un pensamiento conservador en muchos aspectos.

En el Día Internacional Contra la Homofobia, la iglesia georgiana solía convocar una serie de manifestaciones en pro de el canon clásico de la “familia”. En cambio, al ver que numerosos grupos radicales se han apropiado de la “celebración”, la iglesia ha comenzado a desvincularse de ella. Podríamos decir que en Georgia la mayor parte de la población, por no decir el cien por cien, es religiosa y, aunque la gran mayoría es cristiana, el Islam ocupa un gran porcentaje y la presencia del judaísmo no pasa desapercibida. No es raro escuchar que la religión es también sinónimo de conservadurismo, pero no se nos puede olvidar ese deseo general hacia la occidentalización en Georgia, lo que hace que, bajo el punto de vista de un georgiano de a pie, la religión y el progreso no sean cuestiones incompatibles.

Un sacerdote dando el sermón en la catedral de Kutaisi. / Alejandro Matrán

En Lakhusdi, un pueblo del Cáucaso formado por un máximo de diez edificios en torno a una diminuta iglesia, conozco a Madona, una mujer que parece estar fascinada por mi procedencia. Lo primero que me pregunta es que si soy vasco pues los georgianos sienten una gran conexión, por cuestiones lingüísticas, con España, y en concreto con el País Vasco. Lo cierto es que, aunque el georgiano (que tiene su propio alfabeto) se parece notablemente al ruso, tiene palabras compartidas literalmente con el castellano.

Y es que, el idioma es otra de las joyas culturales del país. Los habitantes de Lakhusdi se esmeran en enseñarme la complicada pronunciación de ciertas palabras, sus danzas tradicionales y sus canciones, que tienen un carácter tremendamente melancólico en contraste con las danzas y canciones alegres del sur del país. Son; quizás para muchos algo inesperado; la danza, la música y su lengua lo que a permitido al pueblo georgiano permanecer realmente unido, lo que ha impedido que la gente de esta región fronteriza  se olvidara de sus orígenes y lo que los ha obligado a defender su independencia como pueblo de manera incansable. Durante la supra, el tama brinda por su país: Georgia, y a continuación, Madona no duda en narrar historias de la mitología local mientras comemos los platos típicos. Habla de la diosa Dali, madre de Prometeo, y junto a sus hermanas canta una nana que trata sobre una madre que acuna a su bebé a punto de fallecer.

Llegados a cierto punto, decido unirme a ellos y cantar una canción georgiana que aprendí en la ciudad. De pronto, una mujer sentada en un rincón comienza a llorar. Quizás resulte un dato sencillamente anecdótico pero, a mi parecer, es otro de los muchos detalles que nos hacen ver el peso que tiene la tradición en esta cultura y además nos sirve de ejemplo para ver cómo las raíces no son más que una base necesaria para un fuerte desarrollo. Como hemos comprobado, es precisamente la yuxtaposición, el equilibrio y la contradicción lo que hacen de Georgia una de las regiones y sociedades más ricas y prometedoras del planeta.

Anciana afinando un «panduri», instrumento tradicional de la región de Svaneti, en el Cáucaso. / Alejandro Matrán