La madrugada del 20 de octubre se presenta complicada para Gadafi y su círculo más próximo que todavía lo acompaña. Son las cuatro de la mañana a las afueras de Sirte, Libia. En el distrito 2 hay un ir y venir de personas y vehículos. Mutasim Gadafi, el quinto hijo del presidente Muamar el Gadafi, está supervisando la preparación de un convoy para huir de Sirte, la cual está controlada por los rebeldes al régimen de Gadafi. Unas semanas antes ya habían hecho lo propio en Trípoli. Necesitan romper el cerco que se va cerrando sobre ellos, y para ello deben coger con la guardia baja a sus enemigos. Pero los planes no están saliendo como esperaba. Llevar los heridos, que se encuentran entre sus filas, hasta los vehículos está llevando más tiempo del deseado.
A las ocho de la mañana el elemento sorpresa se desvanece. A pesar de ello, Mutasim decidió seguir con lo planeado y tratar de escapar abriendo el cerco de los rebeldes. El plan no salió como estaba previsto.
Cuando el convoy se dirigía hacia el oeste después de haber roto el cerco y tomado la carretera principal, la comitiva fue alcanzada por un misil lanzado por las fuerzas de la OTAN. Tras el impacto el convoy se descompuso. Algunos vehículos trataron de reanudar la huida, pero era tarde. Las milicias de la ciudad de Misurata les alcanzaron. La huida tocaba a su fin. Gadafi, junto a un puñado de hombres, consiguió llegar a una villa y de allí trataron de esconderse y huir. Era imposible. Después de una breve refriega, Gadafi fue capturado, torturado y finalmente ejecutado por los milicianos.
El principio del fin: nuevo comienzo
Este es el resultado de lo que empezó ocho meses antes, a mediados de febrero de 2011. Unas protestas tras la ruptura de negociaciones entre el gobierno y familiares de represaliados por el régimen de Gadafi, al frente del mismo desde 1969, rápidamente se extendieron por todo el país. A estas manifestaciones, supuestamente pacíficas, se sumaron quejas contra el gobierno y comenzaron a demandar mejoras políticas y más libertades.
En pocos días, las protestas dieron paso a la formación de milicias rebeldes (de carácter yihadista) y leales en las principales ciudades. Esta situación y debido a la represión violenta por parte de Gadafi y el ejército hizo que la ONU interviniese once días después adoptando la resolución 19703. Poco después, el 17 de marzo, la misma organización aplicó la resolución 1973 en la que se deció que Libia fuese una zona de exclusión aérea.
En abril Barack Obama, Nikolas Sarkozy y David Cameron hicieron una declaración conjunta instando a Gadafi a abandonar el poder y Libia para dar paso a un proceso constitucional inclusivo.
El 15 de septiembre la derrota de Gadafi se hizo patente, y Sarkozy y Cameron volaron a Libia, a Bengasi, donde una multitud los recibió como salvadores. Allí, Cameron destacó el honor de estar en la libre Bengasi y en Libia. La ciudad suponía, según sus palabras, inspiración para el mundo porque había elegido «deshacerse del dictador y elegir la libertad». Más tarde, extendió los elogios a todas las ciudades de Libia y resaltó el papel de la gente en la lucha por su libertad. Se despidió diciendo que el pueblo británico y el francés estarían junto al libio mientras este construyese su democracia y su futuro. Sarkozy, por su parte, pronunció sus famosas palabras “vive la Libye” y el deseo de una libia en paz, próspera y unida.
Ocho años después de la muerte del Gadafi la situación de Libia dista mucho de ese futuro ideal de paz, democracia y libertad que auguraban tanto Sarkozy como Cameron. Libia es un Estado fallido. Hay zonas del país donde el vacío de poder es manifiesto. Son territorios donde traficantes, mafias y terroristas se hacen fuertes. Tanto es así, que el tráfico de personas es un negocio boyante en el que incluso se venden esclavos.
El país no cuenta con un gobierno unificado. Tiene dos gobiernos paralelos -uno respaldado por la ONU-, una miríada de milicias y distintos grupos islamistas. La ONU respalda al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA por sus siglas en inglés) el cual controla la capital, Trípoli, e importantes enclaves como Misurata y Sirte. Por otro lado, el gobierno de la Cámara de Representantes con sede en Tobruk goza del respaldo de varios países como Egipto, Emiratos Árabes Unidos y parcialmente de Rusia.
El gobierno de Tobruk controla la mayor parte de país y los principales pozos de petróleo. Su fortaleza se debe al apoyo del Ejército Nacional Libio (LNA por sus siglas en inglés) comandado por el veterano Jalifa Hafter, el cual regresó al país tras la caída de Gadafi después de llevar desde los años 80 en el exilio. Hafter se había unido a Gadafi para derrocar al rey Idris en 1969, pero tras la guerra del Chad, Gadafi le repudió y él se unió a la oposición. La intención del Ejército Nacional Libio, junto al gobierno de Tobruk, es la de hacerse con el control de todo el país. Con ello en mente, inició una serie de operaciones contra grupos yihadistas que controlaban distintos puntos del país para luego centrarse en la conquista del territorio controlado por el GNA y así llegar hasta Trípoli. Este plan está cada vez más cerca de hacerse realidad como puede verse en sus últimos ataques al aeropuerto de Misurata o incluso al aeropuerto internacional de Trípoli.
Con la caída del gobierno de Gadafi en Libia se puso fin a un régimen que había durado más de cuatro décadas. La ausencia de democracia, represión a grupos opositores, falta de respeto a los derechos humanos y una corrupción sistémica, jalonan los más de cuarenta años de gobierno. Sin embargo, durante los años previos a la caída de Gadafi, Libia se configuró como una de las principales economías de África. Su fuente principal de riqueza eran el petróleo, la industria petroquímica y la agricultura. Gracias a ello Libia consiguió unos niveles de desarrollo próximos al de los países occidentales. En 2010 su PIB per cápita (28,890$) era similar al de Malta (27,809$) o Israel (28,829$). Tanto la sanidad como la educación eran gratuitas. La mortalidad infantil era de las más bajas de África, el nivel de alfabetización rozaba el 100% y el analfabetismo entre las mujeres era menor del 7%12. En 2018 Libia tenía un PIB per cápita cercano al de Iraq mientras que países como Malta (42,517$) e Israel (38,817$) antes parejos, ahora doblaban el de Libia (20,706$).
En el momento de la caída del régimen Gadafi, tanto la política nacional como internacional se habían suavizado. Durante los 80 y los 90 fueron décadas donde Gadafi era enemigo declarado de los países occidentales, especialmente de los Estados Unidos de América y patrocinador de distintos grupos terroristas por todo el mundo, algo que él negaba. A partir de la entrada en el siglo XXI Gadafi comenzó a suavizar su postura antiamericana e iniciar una aproximación a potencias europeas. Un claro ejemplo es el acuerdo alcanzado entre la Italia de Berlusconi y la Libia de Gadafi. En África, por otro lado, se lanzó a liderar distintas iniciativas y contribuyó de manera decisiva a la creación de la Unión Africana en 2002, llegando incluso a plantear la creación de una moneda propia y un ejército africano. Aspiraba a formar los Estados Unidos de África, aunque no gozó del apoyo ni del tiempo necesario.
¿Dictadura vs Caos?
Las carencias del gobierno de Gadafi habían convivido con la difícil unidad de un país con una compleja composición tribal y étnica, con el crecimiento económico y el desarrollo de buena parte de su población. Si bien es difícil extraer conclusiones concretas y objetivas sobre la dictadura de Gadafi, sí es posible ver la situación de Libia justo ocho años después de que el régimen tocase a su fin. Los indicadores son claros. Libia está sumida en una guerra civil, dividida, con un PIB per cápita un tercio menor al de hace ocho años y, en la práctica, no goza de los derechos y libertades de los que carecía durante el régimen anterior. De hecho, muchos de esos derechos y libertades han retrocedido. La imposibilidad del control efectivo del territorio por parte de los gobiernos facilita la formación de grupos armados que imponen su ley.
La actuación irresponsable de distintos gobiernos y los medios de comunicación promocionando, cuando no apoyando directamente, las primaveras árabes han tenido consecuencias trágicas para la mayor parte de la población. La ilusión de que una transición democrática e implantación de los derechos humanos era posible simplemente derribando a un dictador sin atender a la complejidad de estos países y sus particularidades era una quimera desde el principio.
Es necesaria una profunda reflexión, especialmente por parte de la sociedad occidental. Las políticas de sumisión a distintas potencias y el ideal de implantar un único modelo para todos los países han sustituido al pragmatismo y la equidistancia propia de la política tradicional. Esta sustitución trae consigo penosas consecuencias que perdurarán durante décadas. Libia es el mejor ejemplo.