El polvo que flota en el aire recoge la luz de un sol ya débil sobre la ciudad antigua de Petra. Colina arriba, intentando ocultar un inevitable jadeo que surge después de un largo camino andado, llego al hostal donde descansaré por la noche. “¿Hostal?” –, dice una voz apoyada en un mostrador – “… esto es un restaurante. El hostal está a veinte minutos de aquí”. De pronto una risa se escucha al fondo mientras se acerca hacia mí. Los recepcionistas se divierten a mi costa hasta que de mi boca sale una palabra: Ma’an. “¿Cómo puedo llegar ahora?”.


Los músculos de su cara han pasado de una tensión dolorosa causada por la risa a un aflojamiento absoluto. Me preguntan para qué quiero ir a ese sitio; qué voy a hacer allí. “Voy por trabajo”, respondo. “¿Qué tipo de trabajo?” me dice casi antes de escuchar mi respuesta anterior como si de un acto reflejo se tratara.

Tras un corto pero acertado interrogatorio, uno le ordena al otro llamar a un taxi. En realidad no es un taxi corriente, sino el 4×4 de Anis, un amigo cercano del dueño del hostal.

Cuando me subo al vehículo otra lluvia de preguntas cae sobre mí, pero esta vez de manera más interrumpida. Suena el teléfono de Anis, que no tarda en colgar y en preguntarme si podemos recoger a su tío para que venga con nosotros. El tío de Anis no tiene ningún interés en ir a Ma’an, pero por algún motivo parece ser mejor si él nos acompaña así que no me opongo.

Las estrellas comienzan a aparecer en el cielo y la temperatura baja rápidamente. De camino a la ciudad, Anis establece una serie de condiciones. La primera, y más importante de todas es que ninguna mujer debe salir en las fotografías. Además, si quiero fotografiar algo en concreto debo preguntarle a él antes y normalmente debo hacerlo desde el interior del coche.

Anis sabía bien de lo que hablaba puesto que, mientras que tomo la primera fotografía de un simple edificio desde fuera del vehículo, un hombre se acerca a mi compañero y le pregunta hostilmente qué estamos haciendo allí y por qué estamos haciendo fotografías.

Edificio residencial en Ma’an. / Fotografía: Alejandro Matrán

Es evidente que no somos bienvenidos en la ciudad. Incluso cuando con autorización sacamos un teléfono móvil para fotografiar el interior del restaurante Sultán, donde una inocente calma reina durante el partido Madrid-Barça, una decena de miradas se cruzan y un murmullo general aparece en la sala. Por la calle no es distinto. Nosotros no somos de allí y eso se sabe.

Subimos al coche y nos alejamos hacia la zona beduina de la ciudad de Ma’an. Allí un hombre nos para con las manos en los bolsillos de una chaqueta de cuero marrón que cubre la parte superior de su chilaba gris. Sus ojos fríos se acercan hacia mi ventanilla y entonces Anis, de alguna manera, consigue que nos deje fotografiar su negocio rápidamente. El hombre saca tres vasos de té en una pequeña tienda de telas llenas de motivos beduinos y, tan rápido como hemos llegado, tenemos que irnos.

Tienda de telas y utensilios de café en la zona beduina de Ma’an. / Fotografía: Alejandro Matrán

Desde el coche vemos unos hombres jóvenes reunidos alrededor de una fogata mirándonos con caras serias que cambian de forma según las llamas proyectan luz o sombra. Un niño corre a nuestro lado como si de una carrera se tratase y, de pronto, el bullicio del centro de la ciudad nos engulle de nuevo durante unos minutos mientras Anis menciona algo sobre la existencia de una “ley de familias” que no me llega a explicar.

En realidad todo parece bastante normal. Las calles están abarrotadas de gente comprando fruta y verdura o caminando simplemente hacia sus casas después de un día largo; pero Ma’an tiene algo que contrasta con lo que se puede encontrar en el resto del país. Su proximidad a la frontera con Arabia Saudí es determinante, de hecho, casi podríamos decir que Ma’an es la única ciudad jordana que siente aprecio por el país del Golfo con todo lo que eso conlleva.

Cuando preguntamos acerca de esta ciudad en lugares como Ammán o Wadi Musa, el pensamiento es general: en Ma’an solamente hay delincuencia y extremismo religioso. Yo no puedo decir que esto sea así puesto que no he encontrado prueba evidente de ello pero sí que se ha documentado ese tipo de actividad en la ciudad, donde el DAESH ha entrado por la puerta grande llegando a ondear sus banderas en alguna ocasión.

Desde hace unos años han tenido lugar en la ciudad varias revueltas en contra del gobierno hachemita, que lucha constantemente por mantener un muy delicado equilibrio económico, fruto de la llegada masiva de refugiados, especialmente desde el año 2012.

En Ma’an, al contrario que en el resto del país, existe un fuerte rechazo a la figura del policía, acusada de corrupción por los habitantes de la ciudad, lo que provoca un autoacorralamiento; una alienación de la propia población, generando así una especie de gueto que funciona, a su vez, como clima perfecto para la semilla del fundamentalismo del DAESH.

Pintadas callejeras pro DAESH en Ma’an. / Fotografía: Alice Su, Al Jazeera America

En cualquier caso no podemos hablar de una radicalización general de la población de Ma’an pues sería, no solo injusto, sino además desacertado. El número de personas, generalmente jóvenes, que tiende a este fundamentalismo es reducido aunque sería ridículo, por otro lado, no darle la importancia que tiene, puesto que supone un punto caliente y una posible cantera para el DAESH en un país que se estima que cuenta con unos 4.000 ciudadanos entre las filas del Estado Islámico.

A pesar de lo que los medios digan,  decir que Ma’an es una ciudad peligrosa sin nada más que añadir es sencillamente un comentario superficial que nos permite desviar la mirada hacia otro lado de manera disimulada. Como Anis me decía: “tienes que entender que aquí  la mitad son beduinos y tienen sus propias costumbres, su religión…”

El problema de Ma’an, capital de una región que reclama la independencia desde hace años, es que la manera que tienen sus habitantes de vivir o entender la religión es diferente a la del resto del reino y en cambio más similar a la que existe en el reino vecino. El nivel de conservadurismo es muy alto, lo cual no debe ser juzgado como tal, sino analizado para comprobar la compatibilidad que hay entre la rigidez religiosa y la seguridad en el territorio; un territorio donde la prudencia y el respeto todavía son herramientas suficientes para poder caminar por sus calles a salvo.

 

Cocineros del restaurante «Sultán» en Ma’an viendo el partido de fútbol. / Fotografía: Alejandro Matrán