El 13 de abril de 2019 marca el 44 aniversario de la guerra civil libanesa. La guerra que comenzó en 1975 y terminó el 13 de octubre de 1990, robó toda mi infancia y me dejó cicatrices que llevaré conmigo por el resto de mi vida.


 

Hoy como analista político, no puedo dejar de pensar en cuán inútil, absurda y malvada fue la guerra libanesa; y no puedo más que resentirme por el hecho de que los mismos libaneses corruptos, codiciosos y caudillos sectarios siguen en el poder utilizando la misma propaganda del miedo y la ignorancia para llenar la mente de la nueva generación joven que no vivió la guerra, pero que muy fácilmente nos puede llevar a los mismos errores del pasado.

Así que hoy dirijo mi columna a estos jóvenes, con la esperanza de crear conciencia sobre la violencia y rogarles que no conduzcan al país a otra guerra idiota e inútil. No hay nada positivo en la guerra. Es uno de los mayores errores humanos.

Nací en 1979. Mi madre dio a luz en el refugio del hospital. Fue una noche agitada, ya que estaba lloviendo cohetes y misiles. Crecí en Ain El Remmaneh, una de las ciudades más dañadas, ya que fue la ciudad donde comenzó la guerra cuando una facción cristiana abrió fuego contra un autobús que transportaba a palestinos como un acto de represalia que llevó a una cadena interminable de actos de represalia.

 

 

Todo comenzó durante la inauguración de la iglesia Dama de la salvación (Sayidat Al Khalas) en Ain El Remmaneh. Algunos militares dispararon y mataron e hirieron a varios creyentes durante la ceremonia, entre ellos, el falangista Joseph Bou Assi.

Ese mismo día muchos autobuses llevaban a los palestinos a Sabra y Chatilla, donde estaban preparando un evento. A pesar de la advertencia lanzada para que los autobuses no pasaran por Ain El Remmaneh, un autobús sí pasó y luego el infierno se desató. Este sangriento incidente, que se conoció como la «masacre de autobuses», incitó al odio y la desconfianza sectaria de larga data, y provocó fuertes combates en todo el país entre las Fuerzas Reguladoras de Kataeb (falangistas) y el Fedaiyyin palestino y sus aliados de izquierda y musulmanes. En solo tres días hubo más de 300 muertos.

A menudo tengo recuerdos de esa guerra, como cuando mi madre me sacó de mi sueño, me cubrió los oídos de los ruidos de misiles y corrimos hacia el refugio.

He presenciado muchas cosas y, a veces, no sé si estos eventos se produjeron porque mi memoria me jugó malas pasadas. A veces me pregunto si mis pesadillas fueron reales, si las imágenes que surgieron de mi mente son reales.

 

 

Recuerdo que seguí mojando mi cama hasta los 7 años y la vergüenza que eso me causó. Recuerdo que luché con la lectura y la concentración. Recuerdo cuando pregunté a mis padres, cuando tenía 10 años, el por qué decidieron traerme a este infierno, sabiendo que vivíamos en la ciudad más horrible del Líbano; la más bombardeada.

Me molestaba la ignorancia de mis padres en ese entonces, las falsas esperanzas de mi padre que pensaba que la guerra no duraría tanto tiempo. La fragilidad de mi madre, que vivía en un estado de negación, escapando a través de las píldoras para no enfrentarse a la terrible realidad. Cualquier día, en cualquier momento, una bomba podría matar a uno de sus hijos.

 

Permítame decirle lo que hace la guerra a largo plazo. Rompe familias, destruye la comunicación entre ellos, se adaptan para tragar la verdad no contada. Aquí es donde comienzan las adicciones. Algunos escapan a través del alcohol, otros a través de las drogas. Mi caso fue menos fatal, y escapé a través de la comida.

Hasta incluso hoy, lucho contra el atracón compulsivo. Solía levantarme por la noche con ataques de ansiedad severos que solo pueden calmarse con el atracón incontrolable. No me gustaba comer, solo quería silenciar las voces en mi cabeza.

La guerra me rompió en mi núcleo. Mi maestro solía decirme que tengo un alma empática y muy sensible, que fácilmente podría ser herida de por vida. La curación puede durar toda la vida y nunca puede suceder.

Escribir es una de las herramientas que podría exorcizar a mis demonios, pero estos últimos están siempre en la siguiente esquina esperándome, ridiculizándome incluso por intentar escapar, recordándome cada segundo de mi vida que fui un error cometido por padres ingenuos que pensaron que la guerra civil libanesa sólo duraría unos pocos meses.

Por supuesto, fui a terapia y términos como Trastorno de Estrés Postraumático Complejo (CPTSD, por sus siglas en inglés) dieron forma y definición a lo que pasé por toda mi vida, pero hasta ahora no me he curado por completo.

Hoy, cuando conmemoramos el 44 aniversario de la guerra, trato de aplicar la promesa que hice a Dios y para la cual me inspiró la oración de San Francisco: Señor, hazme un instrumento de paz. Quiero ser una simple herramienta de paz para que ningún ser humano sea testigo de lo horrible que es la guerra. Nada bueno puede salir de una guerra.

Entonces, por favor, gente apasionada que piensa que una guerra puede cambiar cualquier cosa, le ruego que intente pensar en otras vías, que podrían salvar vidas inocentes de tal infierno.