En la actualidad todos los países del globo cuentan dentro de sus fuerzas armadas con unidades de fuerzas especiales. Estas unidades militares son específicamente entrenadas y formadas para hacer frente a ciertas operaciones de carácter específico, adquiriendo una formación militar más amplia y un equipo y armamento más avanzado que otras unidades de las fuerzas armadas convencionales. Suelen ser unidades adaptables a varios contextos, que operan como fuerzas asimétricas y capaces de operar de forma más independiente que otras unidades.
Debido a su pequeño tamaño y el éxito en sus operaciones, hoy en día, varias unidades de fuerzas especiales han adquirido una gran fama y notoriedad mundial, siendo quizás los más conocidos los Navy Seal norteamericanos, los Sayeret Matkal israelís o los Spetsnaz rusos. Pero, algo que muchos no saben es que, una de las fuerzas especiales más eficaces y con mayor fama dentro de este mundo de las unidades especiales son los Kaibiles guatemaltecos.
Estas fuerzas especiales creadas el 20 de septiembre de 1974, en plena guerra civil, deben su nombre “Kaibil” a un príncipe del Reino Mam “Kaibil Balam” que en español significa “El que tienen la fuerza y la astucia de dos tigres”. Según la historia, este mítico príncipe maya mam fue entrenado en duras pruebas de supervivencia en la jungla guatemalteca para poder ser digno de heredar el trono de su reino. Este duro entrenamiento le permitió hacer frente a las tropas del conquistador Pedro de Alvarado durante la época de la conquista, quien nunca consiguió apresar al joven príncipe, creado así un hito en la historia de la resistencia indígena. Los “Kaibiles” beben directamente de la influencia de este príncipe maya, siendo su lema el siguiente:
Si avanzo, sígueme,
Si me detengo, aprémiame,
Si retrocedo, mátame.
¡KAIBIL!
En cualquier caso, para entender la formación, los valores y la misión de esta unidad militar de élite, tenemos que retroceder unos cuantos años a su formación. Las fuerzas armadas siempre han sido un actor político decisivo en la historia guatemalteca. Los problemas internos, las sublevaciones de carácter político-social y los levantamientos, fueron desde el siglo XIX un problema para el Estado guatemalteco, los cuales tenían su origen, en la gran desigualdad que siempre ha caracterizado al país centroamericano; siendo aún en la actualidad uno de los países más desiguales del continente americano. Si a estas características, añadimos el contexto de la Guerra Fría, las fuerzas armadas no solamente se convertían en garantes del orden y el progreso (en su sentido decimonónico), sino que también se convierten en los garantes de la integridad del Estado nación.
A partir del siglo XX, estos procesos se vieron afectados por las tensiones que ocurrían dentro de las propias fuerzas armadas entre los generales (vinculados a postulados conservadores) y jóvenes oficiales (asociados en su mayoría a ideas de carácter progresista). Esta dinámica interna, unida a la situación internacional y regional, provocó que durante la segunda mitad del siglo XX llegaran al poder mediante elecciones democráticas Juan José Arévalo (1945-1951) y el coronel Jacobo Arbenz (1951-1954), quienes además de promover una agenda política centrada en una distribución más equitativa de los recursos y la riqueza, intentaron reducir la presencia militar en la vida política. Estos programas chocaban con la estructura socioeconómica y política del país particularmente desigual, y con los intereses de los Estados Unidos y las fuerzas armadas guatemaltecas. Así en 1954, el general Castillo Armas, gracias a la ayuda de Estados Unidos, consiguió llegar al poder manteniendo las viejas estructuras económicas y sociales e institucionalizando el anticomunismo tan en boga durante los años de la guerra fría. A partir de su gobierno, la militarización de la vida política y la instauración de la doctrina del miedo, fueron el incentivo necesario para el resurgimiento de nuevas revueltas populares y el fortalecimiento de partidos políticos contrarios a la dictadura, como era el caso del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT).
El asesinato del dictador en 1957 y el levantamiento de ciertos oficiales en 1960, provocó la aparición de una guerra de guerrillas en el país, que unida al miedo de crearse una “Cuba centroamericana”, provocaron una espiral de histeria dentro de las fuerzas armadas. Debido a esta situación y gracias al apoyo logístico y económico de Estados Unidos, se formó un aparato de contra-insurgencia que permitió que a partir de la década de los 60s y hasta bien entrado la década de los 90s, las fuerzas armadas fueran la institución rectora del Estado. Es en este contexto cuando nace la Escuela de Comandos que formaba Kaibiles en 1974, bajo la iniciativa del mayor Pablo Nulia Hub. Siendo entrenados en un primer momento a semejanza de los Rangers norteamericanos por militares guatemaltecos que habían estudiado técnicas de contrainsurgencia en la Escuela de las Américas de Panamá, en menos de una década esta unidad especial de las fuerzas armadas guatemaltecas destacó por su eficacia y brutalidad en las operaciones llevadas a cabo contra la guerrilla guatemalteca.
A partir de 1981 se modificó la estrategia para hacer frente al denominado “enemigo interno”, concentrando una gran cantidad de tropas en regiones específicas donde la guerrilla tenía un mayor apoyo social, como los departamentos de Chimaltenango, Quiche, Huehuetenango, hasta llegar a la inhóspita selva del Petén, donde se encontraban los últimos reductos guerrilleros. Hacia finales de 1982 la estrategia de las fuerzas armadas había alcanzo sus objetivos: la guerrilla se había quedado sin bases sociales. La puesta en marcha de esta estrategia, provocó una de las mayores catástrofes humanas del continente, ya que estas fuerzas especiales, punta de lanza del ejército guatemalteco, fueron responsables de masacres en unas 626 aldeas, que acabaron con la vida de unas 200.000 personas, fueron responsables de desplazamientos forzados hacia México (entre 50.000 y 200.000 pasaron la frontera) y más de un millón de personas tuvieron que desplazarse a otras regiones del país. Las masacres llegaron a tal punto que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) concluyo que en Guatemala se cometieron actos de genocidio contra gran parte de la población maya de los departamentos anteriormente mencionados. Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿Cómo construyeron las fuerzas armadas guatemaltecas a este tipo de soldado que realizaría la mayor matanza en la historia actual del continente americano?
A comienzos de la década de los 80s, los altos cargos militares trabajaron para crear la imagen del soldado kaibil mediante un proceso de reclutamiento y entrenamiento selectivo. Los reclutas que ingresaban en esta fuerza tenían un perfil claro: eran en su mayor parte jóvenes (entre 18 y 20 años), analfabetos e indígenas (su idioma materno no era el castellano). Los reclutas eran sometidos a una invasión total de su privacidad, se les obligó a una estandarización física concreta, formas de control del tiempo, prohibición del uso de sus idiomas maternos, una férrea disciplina, una ritualidad específica y otras muchas particularidades que hacían que los reclutas rechazaran cualquier tipo de identidad, para solamente ser identificados como solados de élite, modificando su personalidad a la necesidad de la organización kaibil.
Una vez moldeada la personalidad de los reclutas, daba inicio al proceso de instrucción, la cual estaba estrechamente relacionada con operaciones concretas en el terreno. En este tipo de organización la convivencia con otros miembros era absoluta. Los pelotones se transformaban en grupos pequeños, pero fuertemente consolidados, donde la solidaridad entre los miembros aseguraba su funcionamiento: la tropa compartía experiencias limites que los llevaba a estar en peligro de muerte, y la indisciplina más que una afrenta al ejército y la patria, era visto como una irresponsabilidad para con sus compañeros.
Además de este encuadramiento, se les inculcaban también ciertas ideas clave. Además de la supervivencia, los soldados debían mantener un estado moral fuerte, que les permitía tener clara la causa por la que valía la pena sacrificarse y morir. Se les inculcó la idea de que luchaban por una causa que trascendía la existencia propia del individuo. En este adoctrinamiento se encontraban consideraciones de rasgos culturales con una larga tradición en la historia guatemalteca, como eran el racismo, una fuerte ideología nacionalista y cierto misticismo sincrético heredado de la teología católica y ciertas creencias de las culturas indígenas. Todo esto, unido al anticomunismo característico de la Doctrina de Seguridad Nacional, aportó las suficientes razones para legitimar el empleo de la violencia y el terror contra sus adversarios. Pero aun así, ¿cómo podían estas tropas enfrentarse al apoyo social indígena de la guerrilla, si ellos mismos eran también indígenas? la estrategia se basaba en el estructural racismo que había caracterizado al país durante siglos. Se estableció una diferenciación entre el “indígena bueno” que toma partido por la patria, y un “indígena malo” que había sido seducido y engañado por la guerrilla. Entre el enemigo y el nosotros, no exista una diferenciación racial o étnica, sino que era profundamente ideológica: los indígenas que había sido engañados por la guerrilla comunista debían morir por la seguridad de la patria. Antes que indígenas, los kaibiles eran soldados. La deshumanización de la población campesina indígena fue clave para que estas unidades especiales de jóvenes llevasen a cabo los actos de genocidio de manera voluntaria, movidos por una jerarquía militar que se había desarrollado en un ambiente de violencia anticomunista.
Al ser una unidad de élite, la división del trabajo estaba bien marcada: En las masacres, estaban quienes se dedicaban a controlar que las personas que iban a morir no se escaparan, otros que se encargaban de reunirlos y otros que se encargaban de matarlos. Detrás de esta decisión se encuentra una explicación simple y a la vez dramática. Simple porque era de suponerse que a la hora de realizar las masacres habría una división del trabajo (para las fuerzas armadas guatemaltecas estas masacres eras consideradas operaciones militares contra un enemigo interno). Y dramática, porque para llevar a cabo estas operaciones, el alto mando militar no precisó de forzar a los kaibiles para actuar como lo hicieron. Estos grupos de soldados decidieron libremente que matar con crueldad; era lo que debía hacerse.
Estas experiencias de contrainsurgencia contra la población indígena unidas a una férrea disciplina y a un entrenamiento inhumano, hacen de los kaibiles una de las mejores fuerzas de contrainsurgencia del mundo. Debido a su experiencia, eficacia y notoriedad, varios soldados de todo el mundo (con los que Guatemala mantiene relaciones de carácter militar) quieren llegar a ser parte de esta fuerza de élite.
Desde 1988 la comunidad de La Pólvora, conocida también como “El Infierno” es donde se realiza el entrenamiento de ocho semanas que convierte a soldados ordinarios en tropas de élite. El reclutamiento es voluntario, pero solo se puede llegar a él después de pasar una serie de pruebas físicas y psicológicas específicas. De un máximo de 64 aspirantes, al final solamente se gradúan no más de 10.
El primer ritual del curso es una reunión donde los oficiales (algunos incluso de mayor rango que los propios instructores kaibiles) se degradan retirando del uniforme cualquier insignia que dé cuenta de su carrera militar. Después de ello, a cada kaibil se le asigna un compañero con quien duerme en la misma litera, come en la misma mesa, y si uno de ellos se equivoca su compañero sufre las consecuencias de la irresponsabilidad del otro.
Las acciones se realizan de manera aleatoria día y noche, duermen menos de 3 horas, haciendo que muchos reclutas pierdan la noción del tiempo. En las largas jornadas al sol, su piel se curte bajo la humedad y los 38 grados de media de la jungla, y en los días de aislamiento en la selva, donde conviven entre jaguares y serpientes, se les somete a comer “todo lo que se mueva”; enseñándoles a beber la sangre de cualquier ser vivo. Su equipo básico consta de un fusil, un machete, arnés, dos cantimploras, un concho de agua, un kit contra mordeduras de serpiente, una bolsa para portar mapas, y cuerda de utilidad. En ningún momento se pueden desprender del equipo, mientras realizan los ejercicios bajo la presión de brigadas de hostigadores que los instigan durante 24 horas con megáfonos y otros utensilios para hacer que pierdan la concentración y no puedan dormir. La tortura psicológica es permanente durante las ocho semanas, ya que el 70% del entrenamiento se basa en el tratamiento psicológico, para promover que sean “soldados superiores” y hacerles ver que sólo la mente puede dominar el cuerpo. La muerte es algo que siempre está presente, la cual se enseña como el peor de los fracasos que puede sufrir el kaibil ya que “el que muere pierde y para ganar hay que aprender a combatir y sobrevivir”. Previo a su ingreso, todos los aspirantes deben de firmar un contrato donde se exime a la escuela de todas las responsabilidades físicas y psicológicas que pueden ocurrir durante el entrenamiento. Desde la década de los 90 unos 20 aspirantes han muerto en el intento de convertirse en kaibiles.
La mayor parte de las deserciones se dan durante la llamada “Semana Negra”; la etapa nocturna del entrenamiento. Durante diez días la distancia entre la noche y el día desaparecen, ya que se enseña al soldado a hacer las practicas con el mínimo rastro de luz, para así poder perfeccionar la visión nocturna sin necesidad de ningún artefacto. La culminación de esta semana es también de las más simbólicas. El último día, se lleva al pelotón hasta un lugar perdido de la selva donde, tras una serie de explosiones y descargas de ametralladoras que crispan los nervios, desde lo alto de un árbol se enciende una antorcha que ilumina una calavera pintada sobre un gran escudo donde yace una daga sobre un fondo negro y celeste que distingue al kaibil.
Otra de las pruebas más emblemáticas de esta fuerza se realiza durante la llamada “Semana de Agua”. Durante esta semana, el entrenamiento consta de largas jornadas de natación en las densas aguas del rio Mopán cargando un equipo de 40kg, sin permitírseles hacer ningún tipo de ruido y haciendo que su presencia sea apenas percibida. Esta semana termina con un deslizamiento en un cable de 78 metros de altura sobre el curso de agua, donde desde esta altura, el kaibil debe dejarse caer al vacío y tras el impacto en el agua (lo cual equivale a estrellarse en una pared de cemento) el aspirante debe salir nadando.
Como colofón final, los aspirantes se gradúan desde lo alto de una montaña, donde a la ceremonia asisten los militares de más alto rango dentro de las Fuerzas armadas guatemaltecas. En esta ceremonia, los graduados cosen el parche que los identifica como kaibiles en el hombro izquierdo de su uniforme. Cuando descienden de la montaña, el graduado llevara una boina púrpura, el parche y un escudo distintivo.
Aunque la guerra civil terminó en 1996, los kaibiles no dejaron de existir, y en la actualidad son utilizados para realizar operaciones de contrainsurgencia contra las bandas de narcotráfico que invaden el país centroamericano. Pero debido al fin de la guerra civil, durante el gobierno de Oscar Berger (2004-2008) se produjo una reducción del 50% de la plantilla militar, haciendo que unos 12.800 militares (entre los que se encuentran un número considerable de kaibiles veteranos de la contienda civil) se quedaran sin trabajo.
Esta situación hace que los kaibiles despedidos sean los soldados más cotizados del mundo, no sólo por los grupos de narcotráfico, sino también por empresas de seguridad privada. Varios kaibiles retirados hablan de que el capo guatemalteco Otto Roberto Herrera fue el primero en reclutar a estos soldados como escolta personal, pero rápidamente otras organizaciones criminales comenzaron a reclutarlos, como es el caso de los Zetas mexicanos. Pero lo más grave es que recientes investigaciones del área de inteligencia del ejército de Guatemala hablan de que ahora los grupos de narcotráfico no solo trabajan con ex militares, sino también con kaibiles que están en activo en la actualidad. Estas investigaciones, encajarían con el hecho de que en la actualidad, en el pequeño municipio de Poptún (departamento del Petén), aldea donde vive el 80% de los integrantes de este grupo de élite, se haya convertido en uno de los puntos principales de bodega y centro de cocaína trasegada de América. Uno de los casos más emblemáticos sería el del kaibil Carlos Martínez Méndez, quien a la hora de su detención en México, en 2006 por sus vínculos con el narcotráfico, ocupaba el puesto de jefe de la Tercera Sección de la Primera Compañía de la Brigada Kaibil en la localidad anteriormente mencionada.
Varios miembros de alto rango de las fuerzas armadas guatemaltecas confirman que no han podido evitar frenar el reclutamiento de sus soldados por los grupos de narcotráfico, por lo que se han puesto en marcha medidas de contrainteligencia para investigar a todos los elementos de la brigada kaibil con el objetivo de descubrir si entre los kaibiles en activo se encuentran también reclutadores que trabajan para bandas de narcos.
Magnifico articulo.
Muy buen artículo (como todos), me gusta mucho la forma objetiva que tenéis de contar las cosas!!!